martes, 12 de diciembre de 2006

Felicitación imperativa

Ando un tanto indignado; bueno, no sé si esa es la palabra adecuada, pero viene a reflejar en cierto modo mi estado de ánimo.

Me ha sucedido dos veces en los últimos cuatro días, y la única diferencia entre ambas se halla en el tipo de celebración. Me explico:

El sábado pasado recibí en mi teléfono móvil un mensaje de un amigo cuya esposa cumplía años ese mismo día; en dicho mensaje él me decía que no me olvidara de eso, de que era el cumpleaños de su esposa, lo que dejaba implícito éste otro: no te olvides de felicitarla.

¿Qué tiene eso de malo? pues nada, pensarás. Pero yo no estoy de acuerdo. Podría pensarse que él lo hacía con toda su buena intención, y no lo discuto ya que no estoy en su piel. En mi caso me resultó molesto no sólo porque -modestia aparte- no soy persona que olvide fácilmente los cumpleaños de mis amigos y mis familiares cercanos sino, sobre todo, porque apenas un par de horas antes él y yo habíamos estado hablando acerca del día que era y de lo que iban a hacer para celebrarlo. ¿Puede haber un recordatorio más evidente? (Lo siento, pero es que los sms inútiles me parecen un derroche)

Hoy martes he recibido un mensaje casi igual; esta vez se trataba de mi padre, diciéndome que felicitara a una de mis hermanas por el día de su santo. De no haberse producido esta coincidencia de lo que llamo "felicitaciones imperativas" no le habría dado mayor importancia a este segundo mensaje; pero el caso es que las cosas han venido así y han propiciado mi reflexión y consiguiente derecho al pataleo.

Reclamo mi derecho a olvidarme del cumpleaños o santo de otra persona, o incluso a no olvidarme y omitir la correspondiente felicitación si así lo creo oportuno. Apuesto claramente por la naturalidad; sin dejar de lado la ilusión que siempre hace que te feliciten, reclamo el derecho a hacerlo en libertad. Y si se me olvida, seré yo quien responda. Pero, por favor, que nadie me diga a quién y cuándo tengo que felicitar a nadie, que yo no lo hago.

De todas formas, muchas felicidades, a quien corresponda...

lunes, 27 de noviembre de 2006

Puestos virtuales

Así es como los llaman en ese nuevo mini-mundo al que acudo de lunes a viernes. Se parecen a algunas bibliotecas o a los ahora tan de moda "call-centers"; decenas de mesas separadas del resto por paneles opacos.

Curioso eufemismo para recordarnos que estamos de paso; que no formamos parte de esta empresa cuyas oficinas nos acogen por unos días, semanas, meses; quién sabe. Lo que está claro es que debemos borrar de nuestra cabeza esa imagen de "puesto de trabajo" compuesto por una mesa, silla, cajonera, ordenador de sobremesa, bandejas y otros accesorios de papelería, además de todo aquello que cada cual elija para hacer más humano, agradable y llevadero el trabajo de cada día: una foto de la esposa o los niños, un muñeco de goma de esos que llaman antiestrés, una plantita...

Sí, tengo mesa y silla -bastante cómoda, por cierto-; también un soporte para el ordenador portátil, un teclado y un ratón para facilitar el trabajo, un cable de red que me permite conectar con internet pero no con mis compañeros de proyecto, y un teléfono que, en mi caso, no tiene línea; y aunque la tuviera tampoco me serviría de mucho, porque también es virtual, y necesitas una clave para poder realizar llamadas. Todo ello delimitado por tres tabiques virtuales de medio metro de altura, que me aislan si cabe un poco más de todo lo que me rodea; así es mi puesto virtual.

Como el que no se consuela es porque no quiere, cada día mis compañeros y yo ocupamos los mismos puestos virtuales; es ésta una forma de hacerlos nuestros, aunque sólo sea un poco. Pero es lo único que podemos permitirnos. Son contrastes que ensombrecen el día a día, aunque no me quejo: mi trabajo es muy real, y la máquina de cafés -con manzanilla y poleo- es gratis.

jueves, 9 de noviembre de 2006

De móviles

Venía yo esta tarde en el coche pensando en el teléfono móvil de mi madre. Una ocurrencia -o más bien carencia de otra idea mejor- que mi padre tuvo las pasadas navidades.

Esta mañana lo vi ahí, en un estante del mueble del salón, colocado sobre su funda-calcetín. No he evitado la tentación de cogerlo, y he visto que tenía el sonido desactivado. Imagino que en algún momento mi padre o alguno de mis hermanos le estableció esa opción para que no le sonara, por ejemplo, en medio de la misa.

El caso es que a raíz de esto me preguntaba por la verdadera utilidad que el móvil podía tener para mi madre. He tardado poco en obtener la misma conclusión que cuando mi padre me planteó que se lo iba a regalar; es decir, utilidad cero. No se lo he preguntado, pero dudo mucho que lo haya utilizado más veces que dedos puedo ver en mi mano...

Después de esto, esta tarde, mientras paseaba por el Carrefour de Pinar de Las Rozas, he visto que sobre un cajero automático había una cartera; digamos que abandonada. Realmente no era así, aunque casi. A un par de metros estaba un señor, lo suficientemente girado para perder de vista tanto el cajero como la cartera. Estaba demasiado ocupado haciendo no sé qué con dos teléfonos móviles. Imagino que consultaba en uno el número al que pretendía llamar desde el otro. Cuando ya ha conseguido su objetivo, ha comenzado a caminar en el mismo sentido que yo, que ya le había dejado atrás. Pero como este descuido me ha llamado tanto la atención, no he podido evitar girarme para ver qué era de aquella cartera. Al final, como imaginaba, el señor ni se había dado cuenta que se la había dejado, tan absorto como iba en su inminente conversación. Suerte que me he acercado, y al preguntarle ha caído en la cuenta...

Hace poco leía que algunos niños, no sé ni el porcentaje ni la edad exacta, sufrían ataques de ansiedad si se les quitaba el móvil. Y me lo creo. Una vez probé a esconderle momentáneamente a un adolescente su preciado Nokia, y sin llegar al extremo de un auténtico ataque de ansiedad, aquel chaval pasó un mal rato; hasta me pareció que en cierto modo se encontraba perdido.

Hoy en día el móvil no es un artículo de lujo, sino que forma parte de la vida de un porcentaje altísimo de la población, aunque algunos se resisten a caer en sus redes. Lo que está claro es que el lugar y la importancia que tiene en la vida de cada persona es bien distinto... Pero es así; estamos en la era de la ¿comunicación?

(ilustración sacada de www.merello.com)

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Comunidad

No es como la de la peli de Álex de la Iglesia, ni tampoco se parece a la de "Aquí no hay quien viva".
Mi comunidad será probablemente una más del montón; una de tantas. Hace un rato he venido de una reunión en la que después de dos horas al calor de la entrada de la urbanización lo único que hemos hecho ha sido votar si votábamos en esta reunión derrama sí o derrama no. Sé que suena un tanto surrealista eso de votar si votamos; pero es que mi comunidad es de lo más surrealista.

Como en tantas otras comunidades, los que forman la junta directiva no lo hacen por voluntad propia, sino obligados por el resultado de un sorteo ante la falta de candidatos. Aún así unos se lo toman con más interés que otros.

Luego están las administradoras; todo labia, pero al final na de na.

Los enteradillos, que saben de todo, se informan por aquí y por allá, y siempre tienen que dar su parecer, aunque no venga a cuento. Adosados a éstos están una serie de vecinos que se dejan arrastrar por la aparente seguridad que muestran estos ilustrados. Todo este grupo es el causante de que reuniones como la de hoy duren una eternidad.

Y por último estamos el común de los mortales, que asistimos con asombro a estas reuniones, sin otra intención que la de pasar cuanto antes de esta inevitable acumulación de despropósitos.

Todos al final, y por puro agotamiento, acabamos por entendernos no se sabe de qué forma. Y si no nos entendemos, ya haremos lo posible por buscar la manera de abandonar cuanto antes tan esperpéntica reunión.

Y digo yo: si poner de acuerdo a 70 vecinos resulta misión imposible ¿cómo pretendemos que el mundo se arregle algún día? Mi consejo: huye de las comunidades y vive en la república independiente de tu hogar. Visto lo visto, es la mejor forma de no perder el tiempo.

martes, 7 de noviembre de 2006

Novedades

Hoy he empezado el día con auténtica sensación de arrancar algo nuevo.
Nueva hora de levantarse, aunque ahora en otoño amanece tarde y no se nota tanta diferencia;
nueva hora de salir de casa y nueva forma de desplazarme;
el bus ha dejado paso al coche: eso sí que es novedad.
Nuevo lugar de trabajo y nuevo problema: encontrar sitio para aparcar.
Nuevas caras al entrar; las recepcionistas que en nada se parecen
a los vigilantes de seguridad que hasta ayer saludaba.
Nuevo edificio, nueva ubicación, nuevo entorno...
Nuevos compañeros, nuevo proyecto, nuevo trabajo...
Todo nuevo. Nuevas esperanzas, nueva ilusión...
¿Nuevo yo?

lunes, 6 de noviembre de 2006

Cambios

No echaré de menos los madrugones desagradecidos,
ni las prisas por llegar, ni los vagones que se marchan.
No echaré de menos los apretones, las escaleras mecánicas,
la falta de ducha o los malos olores.
Tampoco la indiferente falta de educación
con el anciano, el niño o la embarazada.
No echaré de menos los relojes
encajados en tornos que no tienen misericordia,
ni la luz mortecina de las escaleras,
ni las paredes que echan en falta a alguien
que les dé una mano de pintura.
Y tampoco echaré en falta el dejar pasar las horas
sabiendo que mueren y no han de volver...

Pero sí que echaré de menos la solidaridad del bostezo
y los gestos que me reconcilian con el mundo;
las flores que se adivinan entre tanta suciedad
y los paseos cuando el tiempo poco importa...
Echaré de menos el saludo al segurata,
el buen humor de Ángel en la cafetería,
el "¿estás muy liado?" de Marisa,
y también su sonrisa...
Echaré de menos el buen rollo de la cuarta,
los remilgos de Ana, y las charlas escaleras arriba.
Echaré de menos tanto y tanto que hoy se queda
a la sombra de los cambios.
A la sombra, que no olvidado...

sábado, 28 de octubre de 2006

República y celofán

El Corte Inglés de Preciados. Planta baja. Un día cualquiera por la tarde. En la zona donde se mezclan relojes, bisutería, joyas, recuerdos típicos de España o de Madrid, me crucé con un señor mayor. Más que en su rostro, el de un hombre cualquiera, me fijé en el detalle de que en su jersey, en el lado izquierdo del pecho llevaba una bandera republicana. Desde hace algún tiempo no nos extraña ver en muchos lugares ese símbolo que para algunos equivale a tiempos pasados y para otros representa deseos de futuro, pero lo más llamativo era que la bandera estaba fijada al jersey con papel de celo que, a falta de otro adhesivo mejor, bien le valía a este señor para manifestar su ideología. Poco sé de la república y los republicanos pero sé que a él bien poco le importaba la forma...
(imagen extraída de www.zonarepublicana.com)

Contrastes

Traigo hoy a este observatorio tres ejemplos de contrastes con los que te puedes encontrar con sólo mirar un poco. Los llamo de este modo aunque se trata más bien de un hecho curioso, una imagen paradójica y un anuncio publicitario fuera de lugar (siempre a mi juicio, por supuesto).


El primero venía este pasado jueves en las páginas del diario 20 minutos. Se refería a un caso que sucede entre un millón: dos mellizos hijos de un matrimonio entre una mujer de color y un hombre blanco. Hasta aquí nada excepcional; pero lo curioso del caso viene al observar la imagen de los hermanitos: uno es blanco y el otro de color. Imagino lo mucho que les costará en el futuro convencer a sus compañeros de colegio que verdaderamente son mellizos...

La imagen paradójica la encontré en otro periódico gratuito, Metro Directo, hace unas semanas.

(ver la edición en pdf del periódico de ese día)

Creo que sobran las explicaciones. Cuando vi la imagen lo primero que pensé fue “¿cómo sabrán que la persona que sostiene la cartilla de racionamiento es la misma que se muestra en la foto?” Supongo que los más de 700 años que separan el inicio del cristianismo y el islam tendrán algo que ver con tan anacrónica, opresiva e incomprensible prenda. No me consuela pensar que hace unos siglos la que ahora denominamos avanzada sociedad occidental cometía injusticias similares.

Por último, mientras iba leyendo esta mañana un número atrasado de la revista Sport Life (por si no la conoces, está especializada en deportes y vida sana), me encontraba –y no es la primera vez- un anuncio a toda página de una famosa marca de whisky. Y es que en ocasiones los negocios hacen extraños compañeros de viaje...

viernes, 27 de octubre de 2006

Un instante marca la diferencia

Parece que la lluvia nos va a dar un respiro este fin de semana. Estoy encantado con que llueva, pero el enclaustramiento forzoso y casi sin aviso de los últimos días bien se merece una tregua para salir a correr, a pasear, o para olvidar los interminables atascos de cada mañana; en definitiva, disfrutar en la medida de lo posible del mundo más allá de las cuatro paredes de mi casa o de la oficina.

Para hoy me había propuesto llegar al trabajo a primera hora, porque desgraciadamente aquí cada minuto cuenta. No sé por qué motivo tuvimos que inventarnos esa suerte de esposas que son las horas, los minutos, los segundos... porque hay cosas que no cuadran, como el hecho de que un minuto o unos pocos segundos marquen una notable diferencia en tu día (véase el ejemplo en la película Dos vidas en un instante). Me remito a los hechos. He aquí dos ejemplos:

- Día 1: Después del esfuerzo que supone levantarse, me enfrento a un nuevo reto: decidir qué ropa me pongo; y todo por no haberlo hecho la noche anterior. El caso es que ese momento de incertidumbre supone que salga de casa apenas un minuto o dos después de la hora a la que suelo hacerlo. Cuando diviso la parada a algo más de ciento cincuenta metros, el autobús, ése que se supone que debería coger, ya está dispuesto a seguir su camino sin mí. Así que me toca esperar a que llegue el siguiente, y no lo hace hasta pasados diez minutos. Para entonces todo el mundo se ha puesto de acuerdo para salir de casa, y la carretera se convierte en una procesión a cámara lenta de luces rojas. Uno o dos minutos que desembocan en otros diez, que culminan en treinta o treinta y cinco de retraso con carreras, nervios, apreturas, sudores...

- Día 2 (hoy, por ejemplo): Lo tengo mucho más claro, y apenas pierdo un instante en decidir qué me pongo. Mi barbita de día y medio puede aguantar unas horas más sobre mi cara –es viernes-, así que salgo de casa incluso antes de lo habitual. Misma escena: autobús que se detiene en la parada; momento valorativo y súbita decisión: correr. Son apenas sesenta, setenta metros; hay gente subiendo y me dará tiempo. Tiempo, tiempo, tiempo... Alcanzo mi objetivo, y a pesar de que el conductor está en prácticas, la hora que es, la ausencia de lluvia y la fluidez del tráfico hacen que afronte el resto del viaje de otra manera. El paseo hasta el metro es paseo y no carrera de marchador; me permito ir en un vagón distinto al habitual, sin la aglomeración de toda esa gente que al igual que yo conoce la puerta que te sitúa más cerca de la salida del andén. El trasbordo es pausado; puedo bajarme una estación antes y caminar por las calles sin ninguna prisa, viendo cómo me adelantan los que sí la llevan. Y aún esforzándome en tardar, llego a la oficina cinco minutos antes de la hora de entrada.

Horas, minutos, segundos que marcan diferencias. Por suerte este domingo por la noche me prestan esa hora que no sé si debería guardar en un cajón, porque ya se encargarán de reclamármela en marzo... tic-tac, tic-tac,tic.

viernes, 13 de octubre de 2006

Caminante privilegiado

Me encanta pasear por las calles de la ciudad; ésas que normalmente le obligan a uno a hacer un eslálom sorteando personas, abriéndose paso, contorsionando el cuerpo, y con la sensación de caminar contracorriente, como un conductor suicida por la autopista.

Disfruto paseando precisamente cuando no hay que hacer todo esto; cuando me cruzo con tan poca gente que casi me da tiempo a quedarme con sus caras.

Los días de vacaciones de julio, y sobre todo de agosto; los puentes a los que tantos se apuntan; las primeras horas de la mañana, cuando la ciudad despierta con legañas, pitidos desagradables, olor a churros, y ruido intermitente de coches que pasan. Es entonces cuando Madrid muestra una de sus muchas caras ocultas; privilegio que no me canso de contemplar.

(Foto extraída de la web www.flickr.com)

domingo, 8 de octubre de 2006

El monóculo

Creo que, salvo en películas o en alguna imagen fotográfica, jamás había visto hasta ahora a nadie que llevara un monóculo.


Sucedió esta pasada semana. Casi estaba llegando a la parada de autobús, de vuelta a casa, cuando salió de un portal él, con su monóculo. Me dio impresión de que era un joven que podría como mucho rondar los treinta (con mi tino para las edades, no es un dato muy fiable). No tuve apenas tiempo de fijarme, pero sí recuerdo su monóculo y la impresión general de que parecía un personaje sacado de una novela de principios del siglo pasado. Aspecto de gentleman, trajeado y con sombrero. Me pregunto si se trataba de un actor o si siempre viste así. No me resultaría tan extraño, la verdad. Recuerdo que hace unos años me dio por llevar encima un reloj de mi abuelo, de esos que llevan una cadenita y se guardan en el bolsillo.

No le he vuelto a ver. Pero su imagen, con una sola lente, se queda conmigo.

(imagen extraída de www.aderecos.com)

jueves, 5 de octubre de 2006

Redecorando mil vidas

Redecora tu vida.


Un sencillo eslogan de tres palabras con el que Ikea se introdujo en España hace ya unos cuantos años, aunque no tantos como parece. Y no sé cómo, pero han conseguido que mucha gente realmente asocie esta enorme tienda con palabras como cambio de vida, libertad, independencia, emancipación, aventura...

El martes estuve allí con Ana. Ya nos lo conocemos casi de memoria, como supongo que le sucede a las miles de personas que no cesan de acercarse hasta allí día tras día, dispuestas a redecorar en mayor o menor medida sus vidas con un montón de objetos que tienen nombres extraños y en algunos casos incluso impronunciables.

Más allá de las cosas que se pueden encontrar, y a pesar del agobio que a veces me provoca coincidir con tantos buscadores, mientras recorro la tienda me gusta parar un momento para fijarme en alguno de ellos, intentando imaginar su historia, por qué están allí probando un colchón, comparando fundas nórdicas, o midiendo armarios una y mil veces mientras se devanan los sesos para conseguir que el que les gusta encaje en su pequeño dormitorio.

No hay un cliente tipo en esta tienda. Se ve gente de distintas edades, condiciones y orígenes: jóvenes estudiantes que van a compartir piso, parejas de hecho o derecho que se mudan a su primer hogar en común, matrimonios más o menos recientes que necesitan más estantes para sus libros, o familias numerosas que buscan auténticos milagros para que todo lo que se acumula en casa esté perfectamente organizado, etc. Ilusión, discusiones, dudas... en definitiva, miles de historias, situaciones, necesidades, anhelos de redecorar vidas, porque cualquier momento es bueno para dar el siguiente paso en tu camino...

viernes, 29 de septiembre de 2006

Maquíllate

[..]Sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate
Un espejo de cristal, y mírate, y mírate[..]


Así reza el estrbillo de uno de los primeros éxitos de Mecano. Puesto que ni soy mujer ni pertenezco al ramo, no es raro que no entienda lo más mínimo de maquillaje. Pero tengo dos ojos y miles de ventanas a las que asomarme. Y parece que la de hoy va de eso, de maquillajes.


Esta mañana, de camino a mi mundo azul y naranja, en el asiento de delante del autobús iba una chica que de repente, como si fuera Mary Popins, ha empezado a sacar todo un repertorio de cajitas y accesorios para maquillarse. Supongo que al igual que hacen muchos con el desayuno, ha preferido no perder el tiempo haciéndolo en casa. A propósito de esto, se me podía haber ocurrido a mí algo parecido, y llevarme aguja e hilo al autobús para coserme el botón de la camisa que inoportunamente se me ha caído justo antes de salir; así yo tampoco habría perdido tanto tiempo, si bien es cierto que gracias a esos cinco minutos ahora estoy aquí, con algo que contar.

Bueno, sigo con el maquillaje. Me llama mucho la atención la capacidad que tienen las mujeres para hacer auténticos equilibrios entre el traqueteo del autobús, tren, metro, etc., y culminar con éxito su particular labor artística.

La cuestión es que, lo mismo que con los pintores, en esto del maquillaje el talento -o la vista- está repartido de manera desigual. No lo digo por esta chica (no me he podido fijar en el resultado final), sino por algunas mujeres en las que hoy me he fijado en el metro (qué raro, yo hablando del metro)

En especial me han llamado la atención dos, una joven y otra menos, que dudo que tuvieran un sólo milímetro cuadrado de la cara sin maquillar. Eso que hace unos años llamábamos pote, y que se te quedaba pegado en la barbita de tres días al darle dos besos a una chica que, obviamente, se había excedido, aunque no sé muy bien por qué.

Entonces he decidido mirar a mi alrededor y fijarme en el resto de mujeres del vagón. Reconozco que a esas horas, y más un viernes, nuestras caras no son precisamente la alegría de la huerta. Aún así, podía verse mujeres con o sin maquillaje. Entre las primeras, las había con diferente cantidad de pintura: demasiada -para mi gusto-, moderada, e incluso apenas perceptible.

Como he dicho, no entiendo mucho de maquillaje, pero soy consciente de la dificultad que tiene aplicárselo de la manera adecuada. Porque un buen maquillaje puede hacer maravillas, lo mismo que uno malo puede echar por tierra hasta la mayor de las bellezas. Inicialmente era partidario del maquillaje-cero, pero con el paso de los años me he dado cuenta de que no hay nada de malo en pintarse un poco. Una sombra o una línea que hacen todavía más impresionantes unos ojos ya de por sí bonitos, rimel que resalta pestañas sin vida, o un pintalabios que te haría decir "esa boca no es mía, pero ojalá lo fuera".

Pienso que el maquillaje también puede transmitir mucho. Porque no es lo mismo maquillarse para ir a trabajar a una oficina que a unos grandes almacenes; hacerlo para salir con tu pareja que para ir en su búsqueda. Cada situación ofrece multitud de variantes.

Y eso que sólo hablo de maquillaje en el sentido más literal de la palabra, porque si entramos a plantearnos que todos en cierta manera nos maquillamos cada día, la cosa se puede complicar, y mucho. Pero por hoy basta; colorete, labios brillantes, sombra aquí, sombra allá...

jueves, 28 de septiembre de 2006

Somos de colores

Cada mañana, de lunes a viernes, paso el día en un mundo que tiene dos colores.

No son el blanco y el negro, como podrías pensar. Y en realidad, hay más de dos, pero al final todo se reduce al azul y al naranja.

Por fuera, ese mundo es gris, de hormigón y cristal, viejo, triste y austero. Por dentro, el gris se mezcla con otros colores: granate, crema, blanco sucio (que no roto, como se oye tanto en los trajes de novia), verde, cerezo, negro, blanco(blanco) ... Aunque al final lo que de verdad importa es si eres azul o naranja.

Hace un tiempo, cuando me asomé por primera vez a este mundo bicolor, ellos no existían. Nadie decía “soy azul” o “soy naranja”. Aún antes de conocerlos, jugaba a imaginar de qué color era cada habitante. Entonces llegaron; los únicos que al final importan: azul y naranja.

Este mundo se parece bastante al del planeta Tierra; casi diría que es un planeta Tierra en chiquitito. Para empezar, se supone todas las personas que lo habitamos somos iguales. Pero como sucede en la Tierra, esto es algo que sólo se supone. Citaré tan sólo algunas diferencias.

1. Los azules aterrizan y despegan de este mundo a distinta hora que los naranjas; normalmente antes.

2. Si los naranjas abandonan el mundo, su reloj se para, y no vuelve a arrancar hasta que vuelven. Con los azules no sucede eso.

3. En el momento de la comida, los azules pueden comer lo mismo que los naranjas, pero pagando menos de la mitad que estos.

4. Los azules pasan en este mundo menos días al año que los naranjas.

Azul Naranja. Pobre – Rico. Blanco – Negro. Primero – Último...

Por supuesto, cada cual es de un color por méritos propios. O no.

Si eres naranja, sientes envidia por lo que tienen los azules, que al menos aparentemente son más felices en este mundo. Algunos naranjas quisieran ser azules; otros son felices con su color y, como si de su detergente se tratara, no lo cambian por nada del mundo.

Si eres azul, no sueles tener envidia de los naranjas. Pero como pasa con los naranjas, hay azules y azules. En ambos casos, parece como si cerraran los ojos, bien para no saber de qué color es el otro y tratarle como un simple habitante del mundo, bien para ignorar su presencia, en el caso de que ese otro no sea de su mismo color.

Como ves, este mundo no es tan distinto del otro más grande que lo engloba. Y sí, no me escondo, yo soy... Joven Alex, habitante de ambos, ya lo sabes.

martes, 26 de septiembre de 2006

Vida en serie

Hace unos días vi el último episodio de Everwood, una serie norteamericana a la que me enganché hará algo más de tres años. Cuenta la vida de varios personajes en un pequeño pueblo en el estado de Colorado. Distintos historias, distintos caminos que se cruzan en el día a día. Amor, amistad, historias de todo tipo que suceden a personas normales, si es que se puede llamar así a personajes perfectamente guionizados.

Lo confieso: soy adicto a las series, especialmente las norteamericanas. Everwood, The O.C., y One Tree Hill son las que ahora me tienen más pillado. Bueno, Everwood ya no porque, como he dicho al comienzo, he visto su último episodio (no lo destriparé por si aún la sigues por la Primera de Televisión Española). Reconozco que, objetivamente, no se pueden considerar obras maestras, ni series de culto, pero a mí me gustan. ¿Por qué?

Cuando era pequeño tenía mi particular versión de eso que llaman el sueño americano. Influido por las series del momento, que mostraban casas estupendas, parterres perfectamente cuidados, calles amplias y tranquilas, y también por lo que oía decir a algunos compañeros de colegio, pensaba que Estados Unidos era lo más parecido al paraíso que podría encontrarse en el mundo. Soñaba con irme a vivir allí de mayor, y triunfar. Claro, que mi visión del triunfo era esa casa estupenda, ese parterre perfectamente cuidado, esa calle amplia, arbolada y tranquila...

Como si de un constipado se tratara, pronto se me pasó, y llegué a la conclusión de que Spain is different, y que no tenemos nada, absolutamente nada que envidiar a ningún otro país del mundo. Que aquí se puede vivir estupendamente, y que encima no hace falta aprender inglés (al menos, en teoría.

Pero dicen que quien tuvo, retuvo. Así que, a la vista de mi confesa adicción a las series norteamericanas, tengo la impresión de que guardo un cierto poso de nostalgia por ese sueño americano, por esa vida escolar que cuenta One Tree Hill, o por esos romances juveniles de The O.C., que consiguen que me identifique tanto con sus personajes. Bueno, en realidad no puedo identificarme con ellos, porque no he vivido lo que cuentan; más bien siento cierta nostalgia, porque ese tiempo ya pasó para mí, y no podré verme ya reflejado en las historias que cuentan sus capítulos.

Así que estoy decidido a seguir refugiándome en ese sueño ideal que me proporcionan los cuarenta o cuarenta y cinco minutos que dura cada capítulo. Afortunadamente, internet se ha convertido en gran un aliado, pues gracias a la red puedo disponer por anticipado de los capítulos de mis series favoritas con meses de antelación. Sin remedio, los acabo devorando. No lo puedo evitar.

Creo que no hay nada de malo en escaparse por un rato de la vida que cada día nos toca vivir, e imaginar que somos el protagonista, o quizá sólo un secundario, de una de esas series en las que al final el hombre bueno acaba con la chica guapa, o el chico duro que tanto ha sufrido por abrirse camino, consigue salir adelante y aún más que eso. Los títulos de crédito ya nos devolverán a nuestro particular guión de cada día... The End.

jueves, 7 de septiembre de 2006

Metro-educación

Todavía andaba yo dándole vueltas a una idea tonta esta mañana, cuando el Metro de Madrid, fuente inagotable de historias, me ha brindado una nueva mirada que ahora traigo hasta aquí.

Sí, ya sé que me repito, y que dentro de poco habrá que cambiar el nombre a este observatorio por algo así como "Historias del Metro". Prometo dar un poco de variedad a las ventanas a las que me asomo para ofrecerte mis miradas, pero déjame que hoy abuse un poquito más de tu paciencia.

Llevamos dos o tres días con bastante calor en la ciudad y, por supuesto, también en el Metro. No sé si es eso lo que afecta tanto a nuestro estado de ánimo; si me guío por las escenas que he presenciado hoy, seguro que es así.

La primera ha sucedido en el momento de salir del vagón de la línea 4 en Alonso Martínez. Es normal que haya bastante gente en el andén esperando para entrar, y cada vez va siendo más habitual que esa gente apenas deje un pequeño espacio para que los que pretedemos salir podamos hacerlo como es debido. Pero hoy se debe haber colmado el vaso de la paciencia de un señor de unos cincuenta y tantos, vestido con camisa de manga corta a cuadros azules y pantalones chinos también azules. Lo sé, es poco relevante cómo iba vestido, pero es que me ha llamado la atención, porque tengo unos pantalones exactamente iguales (apúntese esto en la cuenta de tonterías varias).

El caso es que este hombre se ha encarado con una chica de la que poco puedo decir: inmigrante, con rasgos centroamericanos... casi no me ha dado tiempo a fijarme, pero que conste que no establezco relación entre su procedencia y el comportamiento que ha tenido; me limito a describir.

La escena ha durado apenas dos o tres segundos: ella intentando entrar, y nuestro hombre de azul luchando por salir. Fuerzas opuestas, choque inevitable, victoria para él, que con las manos por delante, empujando enérgica pero no violentamente, ha conseguido abrirse paso en su legítimo derecho a salir primero, tal como reza esa frase que tantas veces hemos oído: antes de entrar, dejen salir.

Para dar más fuerza a su acción, ha comenzado a increpar a la chica, haciendo referencia a su más que evidente falta de educación. Otros dos o tres segundos, y a partir de ahí imagino que ella habrá entrado en el vagón con cierto mal cuerpo tanto por la situación como por el hecho casi seguro de no haber conseguido asiento -de ahí su prisa por entrar-, mientras que él continuaba su particular moralina; al principio se veía claramente que hablaba solo pero, de repente, y cuando parecía que dejaría de hacerlo, se ha visto reforzado por la inconsciente mirada de la señora que llevaba al lado, en la que ha encontrado una silenciosa aliada, y así ha continuado con su retaíla de quejas, concluyendo con otro par de frases que tanto se escuchan últimamente: se está perdiendo la educación y no sé dónde vamos a llegar en este país.

Casi sin tiempo para reponerme, una vez realizado el trasbordo a la línea 5, me he encontrado en el primer vagón un número aceptable -no agobiante- de viajeros, lo cual hacía que diera poca importancia al hecho de que un joven de unos treinta y pocos estuviera sentado en el suelo ocupando el espacio de dos o tres personas. No es la primera vez que veo algo así, y hasta lo puedo entender, a pesar de que yo ni lo he hecho, ni creo que lo haga. Lo que ya no me parece normal es que pasen las estaciones, el vagón se vaya llenando, la gente se apriete por entrar en como sea, mientras que el protagonista de la peculiar sentada no se inmuta lo más mínimo. Eso sí, cuidado con pisarle (no ha sucedido, pero no me extrañaría que encima se encarara con aquél/aquella que, a falta de un sitio donde colocar los pies, le tocara sin querer, o más bien sin poder evitarlo).

A la vuelta, después del trabajo, en el vagón de la línea 5 destino Alonso Martínez, me he encontrado otra vez con el hombre de azul. Nada de particular, otra casualidad de esas que tanto suceden en el Metro. Pero la cosa no ha quedado ahí. Como si este hombre, o la estación de Alonso Martínez, o ambos combinados tuvieran una especie de poder para provocar situaciones tensas, justo en el momento de salir del vagón -otra vez- se ha producido un rifirrafe con protagonistas distintos, ¿o no? Señor mayor y chica joven (esta vez no era el hombre de azul). Absorto en la lectura de El origen perdido, de Matilde Asensi, sólo he podido presenciar el final de la escena. Parece que el enganchón se debe haber producido porque él estaba agarrado a una de las barras que para tal efecto hay en distintas zonas del vagón, y ella debía tener toda la espalda apoyada en la misma barra. Roce físico, roce dialéctico: "pesado", "pesada tú". Rebota, rebota que tu culo -con perdón- explota, como decíamos de pequeños.

Soy un pesado, lo sé, pero es que el Metro a veces saca nuestro verdadero y cada vez menos educado yo... Parece que de poco sirven las campañas de publicidad recordándonos las normas de convivencia a seguir en sus instalaciones. Metro-educación al suelo, que ni siquiera a la papelera la tiramos.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Con la música a cuestas


Ahora que septiembre ya ha tomado Madrid, los detalles ya no son tales, porque se manifiestan a gran escala y saltan a la vista sin pretenderlo.

El metro vuelve a estar abarrotado. Caras en muchos casos familiares. Y no porque las conozca, no. No tengo ni idea de su nombre, edad, nacionalidad, gustos, forma de ser... pero juego a imaginar que sí que lo sé. Debo de estar de buen humor, porque cualquier otro día llamaría prejuicios a lo que hoy me ha dado por considerar como un simple juego.

El caso es que cada cual trata de llevar lo mejor posible el viaje: unos se limitan a cerrar los ojos, intentando sumar unos pocos minutos a su cuenta de sueño, que a estas alturas de semana ya arroja un saldo negativo. Pero queda menos para el fin de semana.

Otros, supongo que más descansados, se refugian en cualquier tipo de lectura: da igual si es un libro -bestseller o no-, una revista -rosa o no- o el periódico -mayoritariamente gratuito-. Todas son buenas para pasar el rato, porque aunque no hayas cogido nada, siempre te queda el recurso de leer el periódico de la persona que está a tu lado. Bastante típico.

También están los que se dedican a no hacer absolutamente nada. Simplemente esperan a que llegue su parada, mientras avanzan absortos en sus pensamientos. Y últimamente empiezan a verse cada vez más jugadores de consola portátil, tipo PSP o Nintendo DS.

Todos ellos tendrán alguna mirada más detallada en este observatorio. Pero hoy es el turno de los que van con la música a cuestas. Lejos han quedado ya los walkman (confieso que yo tengo uno en el trabajo, que utilizo para escuchar la radio); tras la breve innovación que supuso el discman y su evolución, que incluía mp3, hoy es el turno de los sofisticados reproductores multimedia, de todos los tamaños, formas y colores.

Una de sus ventajas es que permiten formar parte de cualquiera de los otros grupos de viajeros que describía antes. Puedes leer, ir con los ojos cerrados, jugar como un poseso, perderte en tus pensamientos, o simplemente no hacer nada, a la vez que escuchas a un volumen más o menos recomendable para tus oídos tu selección favorita de música. Dos por el precio de uno.

En ocasiones he conseguido llevar mi reproductor de mp3 al volumen mínimo, aunque no suele ser lo normal, porque si no es el ruido del aire acondicionado, es la conversación del grupito que está junto a mí lo que me obliga a pulsar la tecla '+' hasta que mis canciones vuelven a aparecer. Problema resuelto.

Como en casi todo, lo del volumen va por gustos, aunque imagino que también existe un factor fisiológico. El caso es que muchas veces me encuentro en el metro con gente que muestra un afán desmedido por darnos a conocer al resto sus gustos musicales, aún a costa de dejarse los oídos en el intento. Pero hay alguien que supera todo esto; diría que está muy por encima de ese afán que muestran otros.

Es un hombre de unos treinta y tantos -calculo-, con el que me he cruzado en varias ocasiones en mi pasillo favorito del metro de Diego de León (sí, el del otro rincón del arte nuevo). Tiene un aspecto un tanto extraño, pero lo que de verdad llama la atención es la forma que tiene de llevar la música a cuestas: no utiliza como el resto unos auriculares conectados a un walkman, a un discman, o a un moderno reproductor de mp3. No. ¡Se trae el radiocasette entero!

Sí, no estoy bromeando. Es uno de esos transistores con froma rectangular, algo anteriores a los conocidos loros, tan de moda en los '80 y '90. Envuelto en una bolsa, supongo que para protegerlo, no tiene ningún reparo en llevarlo encendido mientras acompaña la melodía de turno con su propia voz.

Todas las veces que me he cruzado con él no he podido evitar que se me escapara una sonrisa, y al instante siempre me he preguntado lo mismo: "¿También lo llevará encendido dentro del vagón? Porque si es así, tiene que ser un puntazo"

Pues esta mañana he salido de dudas. No sé si es lo normal pero, al menos en este caso, las excentricidades tienen un límite. En el vagón llevaba su radiocasette, pero esta vez apagado y tapado por la revista que iba leyendo. Uno más uno, dos.

lunes, 28 de agosto de 2006

Cerrado por vacaciones...

Agosto agoniza, lo sé.


Lo sé porque hoy en la oficina había más mesas ocupadas con extraños personajes de piel morena recién llegados de sus vacaciones; lo sé porque en el metro empieza a haber menos sitios libres; lo sé por los emails de amigos que te cuentan que ya han vuelto al trabajo después de pasarlo pipa. Pero sobre todo lo sé porque van desapareciendo los carteles de "Cerrado por vacaciones".

Verlos en algunas tiendas de mi pueblo, o en otras del barrio donde se encuentra mi lugar de trabajo, me han traído a la memoria los meses de agosto cuando era más pequeño. Aquello sí que era una manifestación auténtica del cerrado por vacaciones: las tiendas que habitualmente veías abiertas cubrían sus escaparates con papeles lisos o de periódico, o echaban directamente el cierre metálico donde podía verse reflejada tu decepción al preguntarte dónde demonios ibas a encontrar ese artículo que siempre comprabas en el mismo sitio y que, por ser así, ni te planteabas que pudiera comprarse en ningún otro lugar.

El estanco, el quiosco de los periódicos, las galerías de alimentación (cada vez más difíciles de encontrar entre tanta gran superficie) cerraban por las tardes, o durante todo el día una quincena o el mes entero, si es que la cosa había ido bien durante el resto del año. Incluso si no había ido bien, no quedaba más remedio que cerrar, porque tanto los proveedores como los clientes habían colocado también su cerrado por vacaciones.

Hace ya algunos años hubo en Madrid una campaña denominada "Abierto por vacaciones". Se trataba básicamente (al menos así lo entendía yo) de romper con esa imagen de comercios cerrados con cartel "Cerrado por vacaciones del tal al tal de agosto". Las grandes superficies abrían todos los domingos del mes (se nota quién puede), y no niego que era y es muy cómodo, pero no puedo olvidar tampoco el encanto que tiene ese Madrid medio vacío: cerrado por vacaciones.

jueves, 17 de agosto de 2006

Ratas de oficina

No, no pienses que voy a hablar de esos adorables roedores. De momento no he visto ninguno en mi oficina (y espero no hacerlo nunca).

Esta mirada se refiere a los que nos pasamos el día encerrados en una oficina, sentados frente al ordenador, con más o menos cosas útiles que hacer.

Hace ya más de un año que nos subieron a la tercera planta de este edificio gris (gris en todos los sentidos), lleno de ratas de oficina.

Algunos son compañeros de trabajo; de otros, ni siquiera sé el nombre, o sí que lo sé, pero poco más. No pasamos de ser completos extraños de esos que, con un poco de suerte, hacen el esfuerzo de saludarse cuando se cruzan por los pasillos (y no siempre, porque hay personas más agradables que otras)

El caso es que tampoco tengo un especial interés en conocer la vida y milagros de esas personas, pero como la vida es como es, siempre me tiene reservada alguna sorpresa.

Hace tan solo unas semanas me enteré de que un compañero, además de ser una máquina programando, se dedica a componer sus propias canciones, e incluso actua de vez en cuando en locales. Quién lo diría, pensaba yo, pero al momento me dí cuenta de que hace muy pocos años yo estaba en la misma situación (¿qué fue de aquello?)

Tengo alma de cotilla, no puedo negarlo (aunque sobrevivo sin programas casposos de tele-basura) Esta tarde he visto que otro chaval de la oficina, que se sienta un par de mesas delante de mí, estaba escribiendo en su propio blog, y no he podido evitar meterme en internet y no parar hasta encontrarlo. Ha habido suerte, y el hallazgo me ha servido para varias cosas.

Por un lado, confirmar una sospecha que tenía desde que le vi por primera vez en la oficina hará más de un año (sospecha que te quedas sin saber; porque en este caso cierro los ojos :o)) Por otra parte, ha quedado demostrado que los que aquí pasamos más de la mitad de nuestra jornada somos completos extraños: hombres grises como los de Momo. Y por último, he descubierto que en esto de los blogs no soy más que un pipiolo que apenas tiene idea de qué va la cosa (vamos, que estoy verde, verde). Porque el blog de este chico me ha dejado impresionado. Bueno, no ha sido el blog lo que me ha dejado impresionado; yo creo que más bien se trata del contenido, bien distinto de estas miradas que capturo con mi telescopio.

Pero ¡ay de mí si me pasara el día comparándome con los demás! No creé este observatorio para competir con nadie, ni pienso hacerlo, así que tendrás que seguir aguantando esta forma que tengo de ver las cosas, aunque internet está lleno de blogs y eres libre de mudarte cuando quieras; pero que sepas que siempre habrá hueco para ti en este observatorio, si es que no le afecta de alguna forma el anuncio de que es posible que dentro de muy poco el sistema solar pase a tener doce planetas en lugar de nueve. Sí, sí, como lo oyes: hasta el sistema solar que conocíamos no es lo que parecía...

miércoles, 9 de agosto de 2006

El rincón del arte nuevo

Hay un local en Madrid, concretamente en la calle Segovia, de esos que se pueden considerar de referencia dentro del circuito de canción de autor. Es el Rincón del Arte Nuevo.

Hace ya unos cuantos años, cuando yo era algo así como una especie de cantautor, llegué a actuar en ese local. Tampoco guardo un recuerdo especial de aquella época, porque actuar un domingo a media tarde ante un público muy reducido no es algo que me dejara lo que se dice marcado. Pero bueno, el caso es que el Rincón del Arte Nuevo ha visto pasar a artistas de todo tipo (cantautores, humoristas, showmen, etc). Por citar sólo algunos ejemplos, ahí tenemos a Faemino y Cansado, Académica Palanca, Ángel Garó, Kike González, Ketama, Melendi, y un largo etcétera (sin olvidarme a mí, claro ;o) )

Pero me he dado cuenta de que le han salido competidores. Aquí os traigo uno. También es un rincón de arte nuevo, aunque sin letrero ni web propia, y está situado en el pasillo que une las líneas 5 y 6 de metro en la estación de Diego de León. Salta a la vista que son distintos: las mesas, sillas, ambiente recogido y luz tenue de uno contrastan con el ancho pasillo, la iluminación nada íntima y el continuo ir y venir de la gente en el otro. Pero al final, en esencia, los dos son un escaparate al que se asoman artistas más, menos, o completamente desconocidos, para que el resto podamos contemplar lo que tienen que c@ntarnos.

El cartel es de lo más variado, lo mires por donde lo mires: en su origen (africanos, sudamericanos, españoles, centroeuropeos, y más), en su estilo (canción de autor, rock, reggae, música clásica...), composición (normalmente solos y duos) y en los instrumentos que tocan (guitarras de todo tipo, violines, teclados, flautas de pan, acordeones, o la simple voz acompañada de música pregrabada) para que nunca pare la música en el otro rincón del arte nuevo.

No es raro encontrar al artista del día metido en faena antes de las 8 de la mañana, y tampoco extraña que siga en el mismo sitio varias horas después (¿estará toda la mañana actuando, o se tomará al menos el típico café de media mañana, como buen funcionario?) Imagino que el rincón no tiene lista de espera ni reservas: el primero que llega se pone manos a la obra una vez que planta sus trastos (más o menos sofisticados, aunque eso nada tiene que ver con el resultado final.)

Su público es fugaz y, por lo general, desconsiderado (no hay tiempo para más). Pero me niego a pensar que la gran mayoría de los que pasamos por delante de ese escenario a ras de suelo lo hacemos sin más, como si no hubiera nadie. Yo, al menos, no puedo evitar desviar durante unos segundos mi atención hacia el artista que en ese momento me brinda su arte, con mayor o menor acierto, (subjetivo), pero sin duda con lo mejor de su arte nuevo. No hay consumición, y no tienes que quedarte hasta el final; pero hay días que una canción lo cambia todo ¿no crees?

martes, 8 de agosto de 2006

De otra pasta

Acaba de terminar la prueba de 20 km marcha en los campeonatos de Europa de atletismo. Paquillo Fernández ha dado una auténtica lección y se ha hecho con el oro. Valor seguro.

Otros dos marchadores no han corrido igual suerte: Juan Manuel Molina ha sido descalificado cuando le quedaban unos pocos kilómetros (estaba en la lucha por las medallas), y Benjamín Sánchez, que debutaba en estos campeonatos, ha quedado décimo tercero.

Aparte del derroche físico de estos Deportistas (sí, con D mayúscula) me llama mucho la atención cuando se acercan a la zona mixta para ser entrevistados. Sucede lo mismo con los nadadores. Son auténticos superhéroes, pero de carne y hueso, como tú y como yo. Gente normal, que se expresa de corazón, sin las típicas frases hechas tan manidas por otras figuras de mayor repercusión mediática (¿quién no ha oído mil veces expresiones del tipo "el fútbol es así"?)

Contrasta la alegría de Paquillo, consciente de la gran carrera que ha realizado, pero sin olvidar a todos los que le han ayudado, en oposición a la rabia contenida y las lágrimas de Juan Manuel Molina, que a pesar de todo lanzaba a su gente el mensaje de que piensa seguir luchando por conseguir nuevos éxitos. Y entre ambos, Benjamín, que sí que ha terminado con gesto de auténtico sufrimiento, en parte debido a una reciente faringitis; su evidente decepción daba paso a la esperanza de futuro que supone para esta disciplina.

Durante la competición de marcha se habían disputado las semifinales de los 100 metros lisos. Por primera vez en la historia había dos españoles compitiendo por meterse en la final. Pero qué distinta (y qué humana) la reacción que cada uno ha tenido ante su resultado: uno ha quedado séptimo, y completamente decepcionado, pues se veía claramente que soñaba con estar en la final; el otro, sin embargo, se daba por más que satisfecho con haber llegado a semifinales, aún siendo octavo.

Ya lo he dicho: para mí son héroes. Gente normal, pero de otra pasta.

lunes, 7 de agosto de 2006

Abanico

Madrid. Agosto. Metro sin aire acondicionado...

Creo que es fácil hacerse una idea del infierno que forman todas estas palabras juntas. Y aún puede ser peor si los vagones van llenos de gente. Puesto que los resoplidos y las quejas sirven de bastante poco, la gente intenta sacarse de encima el calor a base de cualquier objeto que les sirva para darse un poco de aire. Y el que se lleva la palma, sin duda, es el abanico.

Nada tan sencillo y tan eficaz. Si tienes suerte y alguien a tu lado lleva uno, puede que te llegue algo de aire fresco.

Se trata de un complemento que, al menos para mí, siempre ha estado unido al género femenino (dejando aparte, claro está, excepciones tipo Locomía). Los abanicos de mi madre, de mis hermanas, de mi abuela y de mi tía, que de vez en cuando cogía para intentar abrirlos con la facilidad con que lo hacían ellas, nunca pasaron de ser un simple juego.

Pero hace unos días me sorprendió ver en el metro a un chico, bastante alto por cierto, de unos veintitantos, abanico en mano. Es curioso, pero desde ese día me lo he encontrado varias veces; y siempre con su abanico.

Realmente, si lo pienso, no debería resultar tan chocante esta imagen pues, al fin y al cabo ¿qué diferencia existe entre este chico y el hombre que igualmente se abanica con una hoja de papel? Aparentemente ninguna. Lo cierto es que la realidad puede ser bien distinta.

Es casi un tópico, pero todos sabemos que el mundo está cambiando, y que lo que antes veíamos como algo impensable o raro hoy es algo de lo más normal. Está latente la lucha por la igualdad, por la eliminación de los juguetes sexistas, y otras tantas cosas. Pero si miro dentro de mí, veo que aún me quedan muchas barreras por derribar cuando caigo en la cuenta de que una de las primeras cosas que me pregunté (y seguro que no fui el único) fue si el chico sería o no homosexual...

martes, 11 de julio de 2006

Observatorio personal

Existen miles de millones de formas de ver y entender el mundo; supongo que, al menos, tantas como personas. Esta sólo es la visión de una persona. Pero para mí vale mucho. Es mi observatorio personal. Son pequeños trocitos de mi día a día tal y como yo los interpreto cuando los veo o cuando pienso en ellos. Pero puede que esté dormido, enfadado, triste... vamos, que el cristal del telescopio que asoma desde mi observatorio puede estar un poco empañado. Por eso, de vez en cuando no está de más limpiarlo un poco y mirar de nuevo. Espero que sean muchas las ocasiones en las que seas tú quien limpies mi cristal y me ayudes a mirar de nuevo. Bienvenid@, y gracias por perder un rato contemplando este cuadro en movimiento: la realidad.