lunes, 7 de agosto de 2006

Abanico

Madrid. Agosto. Metro sin aire acondicionado...

Creo que es fácil hacerse una idea del infierno que forman todas estas palabras juntas. Y aún puede ser peor si los vagones van llenos de gente. Puesto que los resoplidos y las quejas sirven de bastante poco, la gente intenta sacarse de encima el calor a base de cualquier objeto que les sirva para darse un poco de aire. Y el que se lleva la palma, sin duda, es el abanico.

Nada tan sencillo y tan eficaz. Si tienes suerte y alguien a tu lado lleva uno, puede que te llegue algo de aire fresco.

Se trata de un complemento que, al menos para mí, siempre ha estado unido al género femenino (dejando aparte, claro está, excepciones tipo Locomía). Los abanicos de mi madre, de mis hermanas, de mi abuela y de mi tía, que de vez en cuando cogía para intentar abrirlos con la facilidad con que lo hacían ellas, nunca pasaron de ser un simple juego.

Pero hace unos días me sorprendió ver en el metro a un chico, bastante alto por cierto, de unos veintitantos, abanico en mano. Es curioso, pero desde ese día me lo he encontrado varias veces; y siempre con su abanico.

Realmente, si lo pienso, no debería resultar tan chocante esta imagen pues, al fin y al cabo ¿qué diferencia existe entre este chico y el hombre que igualmente se abanica con una hoja de papel? Aparentemente ninguna. Lo cierto es que la realidad puede ser bien distinta.

Es casi un tópico, pero todos sabemos que el mundo está cambiando, y que lo que antes veíamos como algo impensable o raro hoy es algo de lo más normal. Está latente la lucha por la igualdad, por la eliminación de los juguetes sexistas, y otras tantas cosas. Pero si miro dentro de mí, veo que aún me quedan muchas barreras por derribar cuando caigo en la cuenta de que una de las primeras cosas que me pregunté (y seguro que no fui el único) fue si el chico sería o no homosexual...

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