viernes, 21 de septiembre de 2007

Viernes

Es viernes. Termina una semana de vuelta a la normalidad ¿?

Esta tarde tenía que hacer una gestión en el centro de Madrid, así que he cogido el tren; llevaba bastante sin hacerlo. Había sacado un libro para entretenerme, pero no podía dejar de mirar a mis compañeros de viaje: miradas perdidas, gente pensativa, con rostro cansado, con los hombros caídos por el peso de la semana de trabajo que termina, pero también personas con energía suficiente para no parar de hablar en ¿rumano? Da igual. Lo que sea. Es viernes.

He atravesado la calle Arenal por primera vez desde que es peatonal. Me sentía de estreno, aunque sólo en parte, porque al mirar al suelo me parecía sucio, viejo, y para nada -como quien dice- recién puesto.

En apenas un par de cientos de metros me he cruzado con gente de todo tipo: parejas que se encuentran, grupos de gente dispuestos a empezar la marcha, matrimonios que salen a pasear el carrito en el que llevan a su hijo pequeño, un chico con una deformidad en el brazo derecho, un músico que sopla un enorme tronco provocando un sonido grave ante la mirada de los que por allí pasamos, un anciano con los pantalones exageradamente subidos por encima de la cintura y su hijo (bastane mayor) que camina ayudado por un andador y que viste unos pantalones cortos que dejan a las claras la delgadez y fragilidad de sus piernas... ¿alguien da más?

Pues sí, porque el centro de Madrid me muestra una ciudad efervescente, que no para. Como si de caracoles se tratara, cientos de personas aprovechan que la tormenta matutina ha dado paso a un sol con nubes, y apuran los últimos días de un verano que se va, se va, se va. Y ellos van de un lado para otro, de compras, de marcha, de cita, de paseo, de qué sé yo. Unos mariachis junto al edificio de la Fnac, ataviados con trajes y sombreros típicos interpretan el "Canta y no llores" mientras decenas de personas les aplauden con entusiasmo al terminar, aunque lo que ellos esperan es que esas personas traduzcan su entusiasmo en monedas depositadas en la funda de uno de sus instrumentos. Y que no pare.

Yo tampoco me detengo, porque es hora de volver a casa, a la tranquilidad de mi pueblo. En lugar de sumergirme en las profundidades del Metro, decido coger el bus, que me permite seguir viendo en primera fila esta ciudad de la que, lo siento, pero no puedo prescindir. Es viernes. Es Madrid.