martes, 26 de septiembre de 2006

Vida en serie

Hace unos días vi el último episodio de Everwood, una serie norteamericana a la que me enganché hará algo más de tres años. Cuenta la vida de varios personajes en un pequeño pueblo en el estado de Colorado. Distintos historias, distintos caminos que se cruzan en el día a día. Amor, amistad, historias de todo tipo que suceden a personas normales, si es que se puede llamar así a personajes perfectamente guionizados.

Lo confieso: soy adicto a las series, especialmente las norteamericanas. Everwood, The O.C., y One Tree Hill son las que ahora me tienen más pillado. Bueno, Everwood ya no porque, como he dicho al comienzo, he visto su último episodio (no lo destriparé por si aún la sigues por la Primera de Televisión Española). Reconozco que, objetivamente, no se pueden considerar obras maestras, ni series de culto, pero a mí me gustan. ¿Por qué?

Cuando era pequeño tenía mi particular versión de eso que llaman el sueño americano. Influido por las series del momento, que mostraban casas estupendas, parterres perfectamente cuidados, calles amplias y tranquilas, y también por lo que oía decir a algunos compañeros de colegio, pensaba que Estados Unidos era lo más parecido al paraíso que podría encontrarse en el mundo. Soñaba con irme a vivir allí de mayor, y triunfar. Claro, que mi visión del triunfo era esa casa estupenda, ese parterre perfectamente cuidado, esa calle amplia, arbolada y tranquila...

Como si de un constipado se tratara, pronto se me pasó, y llegué a la conclusión de que Spain is different, y que no tenemos nada, absolutamente nada que envidiar a ningún otro país del mundo. Que aquí se puede vivir estupendamente, y que encima no hace falta aprender inglés (al menos, en teoría.

Pero dicen que quien tuvo, retuvo. Así que, a la vista de mi confesa adicción a las series norteamericanas, tengo la impresión de que guardo un cierto poso de nostalgia por ese sueño americano, por esa vida escolar que cuenta One Tree Hill, o por esos romances juveniles de The O.C., que consiguen que me identifique tanto con sus personajes. Bueno, en realidad no puedo identificarme con ellos, porque no he vivido lo que cuentan; más bien siento cierta nostalgia, porque ese tiempo ya pasó para mí, y no podré verme ya reflejado en las historias que cuentan sus capítulos.

Así que estoy decidido a seguir refugiándome en ese sueño ideal que me proporcionan los cuarenta o cuarenta y cinco minutos que dura cada capítulo. Afortunadamente, internet se ha convertido en gran un aliado, pues gracias a la red puedo disponer por anticipado de los capítulos de mis series favoritas con meses de antelación. Sin remedio, los acabo devorando. No lo puedo evitar.

Creo que no hay nada de malo en escaparse por un rato de la vida que cada día nos toca vivir, e imaginar que somos el protagonista, o quizá sólo un secundario, de una de esas series en las que al final el hombre bueno acaba con la chica guapa, o el chico duro que tanto ha sufrido por abrirse camino, consigue salir adelante y aún más que eso. Los títulos de crédito ya nos devolverán a nuestro particular guión de cada día... The End.

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