miércoles, 25 de junio de 2008

Aprendiendo a silbar...


Hace unos días iba caminando junto a Nacho, el hijo de unos amigos. Tiene sólo 15 meses, pero es fuerte y despierto. Él iba en su cochecito, empujado por su madre, y yo me puse a jugar con él. Más o menos.

Yo escondía mis manos donde no las pudiera ver, y chasqueaba los dedos, de forma que captaba su atención. Él miraba curioso buscando al causante de ese sonido. Como digo, es un niño despierto, y tras unos momentos de un tanto desconcierto levantó sus manos y se puso a cerrarlas y a abrirlas, imitando a su manera ese chasquear de dedos, porque ve a su padre cuando lo hace y ya lo ha asociado al sonido.

Como tantas cosas que hacen los niños, su gesto nos provocó una sonrisa y el comentario de que todavía le queda bastante tiempo hasta que aprenda a emitir sonidos al frotar pulgar contra corazón.

Y enlazando con esto, antes de ayer, en el metro -cómo no- un adolescente intentaba enseñar a una amiga a guiñar el ojo. La amiga en cuestión lo daba por imposible, y se excusaba diciendo que su madre ya había intentado que aprendiera de pequeña, pero nada.

Estas dos situaciones y otras que he vivido en otros momentos me hacen pensar en lo complicado que resulta a veces enseñar cosas que para nosotros son simples, casi mecánicas. Por ejemplo, silbar. Yo sé silbar de forma, digamos, normal, pero sin embargo soy incapaz de emitir esos silbidos fuertes (con o sin dedos en la boca) Y cuando me planteo el día que tenga que enseñar a silbar a alguien, me parece harto complicado.

A veces resulta increíble cuando una persona nos dice que no sabe guiñar un ojo, o chasquear los dedos, o silbar con los dedos en la boca, porque para los que sabemos hacer alguna de esas cosas, nos parece lo más sencillo del mundo, pero en realidad no lo es tanto.


martes, 10 de junio de 2008

¿Se acaba el mundo?

Hay estos días una cuña publicitaria en la radio en la cual una mujer le pregunta a su marido si no le parece que 237 botellas de agua es una cantidad más que suficiente para llevarse del supermercado a casa. El hombre en cuestión hace referencia a una súperoferta en el precio de un coche que para él sólo puede significar una cosa: que el mundo se acaba.

Ayer fue lunes; un lunes cualquiera sin nada que lo hiciera distinto de cualquier otro comienzo de semana. Sí, un poco de lluvia y frío que para ser 9 de junio no es lo habitual, pero poco más.
Sin embargo hubo dos imágenes que ahora siento no haber captado con la cámara de mi móvil: por un lado largas filas de coches esperando para repostar a la entrada de varias gasolineras, y por otro, los estantes de fruta, congelados, huevos y carne completamente vacíos en el supermercado.

¿Qué significa esto? ¿Que el mundo se acaba? ¿Que la gente se va a encerrar en su casa hasta que España caiga en cuartos (si no es antes)? Pues no, parece que no es nada de eso. Según dicen, hay huelga de transportistas, y en este país donde el juego del mensajero se desarrolla en toda su intensidad, una simple chispa puede hacer que arda Troya. ¿Problemas de desabastecimiento? Por lo que dicen, no los hay. ¿Histerismo injustificado? De eso nos sobra.

Yo hoy las seis saldré del trabajo y haré lo que tanto me gusta hacer de vez en cuando: llevar la contraria. Es decir, me iré a entrenar, pasaré olímpicamente del debut de la selección española de fútbol, y ni pasaré por el supermercado ni repostaré en la estación de servicio más cercana.