viernes, 17 de septiembre de 2010

Eritroaféresis

Vaya palabra más rara para titular una mirada, ¿verdad? ¿Te suena acaso la palabra aféresis?

Hace ya bastantes años que soy donante de sangre. No sé si sabrás que los hombres podemos donar hasta 4 veces al año, y si no me equivoco las mujeres hasta 3 veces. Es algo que no cuesta nada, que es un gesto pequeño y, aunque suene a frase hecha, es cierto que supone mucho.

Llevaba todo el verano queriendo donar sangre, pero por una u otra razón, a fecha de ayer no lo había hecho aún. Así que aproveché que por la tarde iba a haber una unidad móvil de Cruz Roja junto al intercambiador de Moncloa para hacerlo por fin.

En un principio, todo normal: doy mi DNI, comprueban mis datos en la base de datos, me dan el cuestionario de siempre, y a continuación, entrevista con el médico. Aquí cambió el tema: cuando vio mi presión sanguínea y sobre todo el nivel de hierro en sangre no perdió un segundo en preguntarme si había oído hablar de la aféresis.

Pues sí, había oído hablar, algo me sonaba, aunque nunca había donado aféresis. Sabía que consiste, a grandes rasgos, en donar no toda la sangre, que es lo habitual, sino sólo determinados componentes aislados (plaquetas, glóbulos rojos, ...) devolviendo el resto al donante una vez terminado el proceso. Y también sabía que suele durar bastante más que una donación normal.

En este punto tengo que decir que el médico me la coló un poquito doblada, porque me dijo que en lugar de los 10 minutos de una donación habitual, tardaría 20 minutos, y bueno, pensé que no había mucha diferencia. La realidad fue distinta, y estuve en el autobús casi una hora, aunque tampoco me importó, porque no llevaba prisa.

Lo que yo hice concretamente fue una eritroaféresis, que consiste en donar únicamente glóbulos rojos. En este caso, se donan más o menos el doble que en una donación normal. Lo que se consigue con esto es evitar la mezcla de glóbulos rojos de distintos donantes en pacientes con problemas especiales (leucemia, por ejemplo) que suelen desarrollar rechazo. Si la donación proviene de un mismo donante, el resultado suele ser mejor.

Lleva más tiempo porque tienen que preparar la máquina, que es distinta, ya que tiene que separar los glóbulos rojos y devolver al donante el resto de la sangre. El proceso es un poco distinto porque la aguja es algo más fina, en lugar de abrir y cerrar el puño te dan una pelota de goma para evitar que al hacer demasiada fuerza la vena se rompa, y además te colocan un manguito como los de medir la tensión, que te marca cuándo tienes que apretar - aflojar la pelota o relajar la mano. Hay como cuatro fases, que yo completé en aproximadamente 22 minutos (la media está entre 20 y 30 minutos, y yo afortunadamente soy de los que donan rápido y nunca he tenido problemas, salvo una vez que me pincharon mal, pero bueno, sólo fue una).

Durante el rato que estuve no entró demasiada gente, la verdad, sobre todo teniendo en cuenta que por el intercambiador de Moncloa pasa muchísima gente. Los que subieron fueron todos hombres (curioso), y en hora y media que llevaban cuando yo me fui creo que habían donado 10 personas.

Respeto a la gente que le tiene miedo a las agujas, que pasa mal rato, o que por cualquier otra razón no dona. Lo respeto, de verdad. Pero hay mucha gente a la que seguramente le da igual, y le llevaría sólo 15 ó 20 minutos de su tiempo donar sangre. Quién sabe si un día no van a necesitar ellos o sus seres queridos una transfusión que sólo es posible si hay gente que da un poco de su sangre y de su tiempo para que otros puedan seguir viviendo.

No es algo que haces para ti o tus seres queridos; es algo que haces para los demás vivan.

Un pequeño documental...



www.donarsangre.org


martes, 7 de septiembre de 2010

Con ayuda siempre es más fácil soltarse

Ayer salí a correr un rato por un caminito de tierra que hay a escasos metros de mi casa. Como el camino en cuestión no da mucho de sí pero es llano -que era lo que buscaba,- estuve yendo y viniendo por él durante 20 minutos, lo que me permitió cruzarme con unas cuantas personas, en algunos casos, varias veces.

La mayoría estaban paseando, o sacando a pasear a sus perros, y recorrían el camino como mucho una vez. Sin embargo, con quien más veces me crucé fue con un padre y su hija, que calculo que no tendría más de 7 u 8 años. La primera vez les vi colocando la cadena a la bici de ella; y a partir de la siguiente pasada ya me di cuenta de que el padre, a pie, estaba intentando ayudar a la hija a soltarse por fin con la bici. ¡Qué momento!

Lo digo de verdad; para mí es uno de esos recuerdos especiales que creo que muchos compartimos: esa sensación de inestabilidad mezclada con "lo estoy haciendo, estoy montando en bici yo solo" en el momento que nuestro padre, madre, hermano mayor o familiar correspondiente nos soltó el sillín y ya no hubo vuelta atrás . ¿Lo recuerdas?

Por esa razón, porque se trata de un momento especial, me dio un poco de pena la impresión que me transmitió el padre en un par de detalles que observé, o creí observar, cuando me cruzaba con ellos: primero, que la sujetaba fuertemente del brazo, como el policía trasladando al delincuente, lo que me dio idea de que ninguno de los dos se encontraba demasiado a gusto (él por tener que estar a última hora de la tarde yendo y viniendo con la hija, y ella por el mal rato que parecía estar pasando, incluído el dolor en el brazo que ya se le debía estar durmiendo); y después, que cuando se me ocurrió una de las veces animar a la chica con un "venga, que ya casi vas sola", la respuesta o más bien resoplido del padre echó por tierra toda mi buena intención.

Espero que esa niña pronto pueda ir sola en bici, y que todas las aventuras que viva montada en ella hagan que olvide el mal rato que ayer me pareció que pasaba.

Pero todo esto no es más que una visión muy personal y bastante sesgada; puede que el padre no apretara tanto el brazo, puede que la estuviera animando, puede que... no lo sé, pero lo que sí tengo claro es que hay momentos que nuestros hijos sólo van a vivir una vez, y que merece la pena el esfuerzo de conseguir que esos momentos se conviertan en recuerdos y no en pesadillas.