sábado, 23 de junio de 2007

Sólo ellos lo ven

Por imperativo laboral me tocó volver hace unos días a la zona en la que solía trabajar el año pasado. Esa que tantas miradas me regalaba gracias a la necesidad de utilizar el transporte público para adentrarme en la gran ciudad.

Dejando a un lado la sensación de "no echo nada de menos todo esto", tengo que reconocer que el metro, el bus, el tren, son fuente inagotable de nuevas miradas. Esta vez, las más claras que se pueden encontrar: las de los niños.

Iba en el vagón del metro y entraron una madre con su hija. Malo soy para aventurar edades pero, ¿qué tendría? ¿Cuatro, cinco años? Delgadilla, con gafas, salada como lo son los niños a esa edad... El asiento de mi lado lo había ocupado la madre, así que me levanté para dejarle el mío a la niña, y yo me coloqué a continuación, junto a la puerta. En ese espacio hay algo parecido a un asiento-de-pie. La pared del vagón tiene un pequeño saliente donde las personas de estatura media-alta podemos apoyar nuestras posaderas.

Y cuál es mi sorpresa cuando veo aparecer a la niña, que poco menos que me saca de mi sitio. "Dice que es su ordenador" me cuenta la madre. Asombroso. He visto ese espacio cada día y yo, que trabajo con ordenadores, nunca lo había asemejado a a ellos. Pero sí, es innegable que están ahí: el monitor y teclado de color marrón. ¿Los ves? ¡Qué despiste el mío!

Hay tanto que ellos ven, y que a nosotros se nos escapa...

Como dice una canción de Los Secretos: "volver a ser un niño, volver a ser un niño"

Imagen obtenida de http://www.guiadeviaje.net/espana/madrid-metro.html

lunes, 18 de junio de 2007

Forofos

En un país donde el fútbol es considerado el deporte rey, el pasado domingo casi no se hablaba de otra cosa. Final de liga, emoción a raudales, no se sabe qué va a pasar esta noche... El país en vilo.

Porque quien más, quien menos, es seguidor de algún equipo. Puede ser por tradición familiar, por ídolos de la infancia (mi caso), por cuestiones geográficas, lo que sea; el caso es que es bien cierto eso de que en la vida se puede cambiar de todo (pareja, ideas políticas o religiosas, etc) pero no de equipo de fútbol. Eso es imposible, sería más que una traición.

No soy fanático del fútbol, aunque lo sigo, y por supuesto, tengo mi equipo. Este domingo mi guerra, o mejor dicho, la de mi equipo no estaba en la lucha por el título sino, al contrario, por evitar el descenso. Pero no lo evitaron. Era una crónica anunciada, así que el año próximo seguiré las jornadas de segunda división. Lo llaman el infierno... no creo que sea para tanto.

Resulta comprensible la falta de interés que me despertaba la segunda parte de la jornada, la que decidía el título. Por eso, cuando entré en el salón de un chiringuito para tomar un algo (como suele decirse) no me importó lo más mínimo el que nos colocaran -a mis tres personas que me acompañaban y a mí- en la última mesa libre que, oh casualidad, era la única desde la que no se veía la tele.

De esta forma tuve frente a mí a casi medio centenar de personas con la vista fija en el mismo punto, como hipnotizados. Durante el rato que permanecimos allí (primer tiempo) estoy seguro de que presencié un espectáculo mucho más interesante y entretenido que el que les tocó vivir a todos ellos.

Se veía de todo: un hombre solitario ocupando mesa para cuatro, que aguardaba impaciente el comienzo mientras jugueteaba con el móvil; un grupo de amigos, de esos que lo son desde el colegio, unidos por la pasión por los colores y devorando no sólo nervios sino un bocadillo tras otro; familias al completo con desigual composición en lo que al interés por el partido se refiere... Muchos con la camiseta de su equipo a la vista, y todos con los colores de su equipo saliéndose por los ojos y la boca. Gente de todas las edades sufriendo con el primer gol en contra; sí, sufrimiento, desolación, o incluso desesperación era lo que mostraban a medida que se confirmaba el negro panorama.

Por una parte me alegré de no seguir allí en el segundo tiempo, que es cuando tuvo lugar la épica remontada, como calificaba al día siguiente uno de los diarios deportivos de la ciudad. Pero ahora, mientras escribo, pienso que no hubiera estado mal quedarse para ver la transformación casi milagrosa de todos esos rostros preocupados a medida que los goles iban llegando.

Afortunadamente, la liga se acabó. Disfrutemos del verano y de otros deportes, por favor.

martes, 12 de junio de 2007

Frente al espejo

[...]
- ¿Alguna vez has escuchado tu voz?.
- ¿Cómo? Claro que escuchado mi voz. Llevo toda la vida haciéndolo.
- Sí, ya lo sé. Pero no me refería a eso.
- ¿Entonces?
- Lo que quiero decir es si alguna vez has escuchado cómo suena realmente tu voz, la que sale afuera, la que oímos el resto.
- No te entiendo
- Sí, hombre; seguro que alguna vez te han grabado en un vídeo o en una cinta de casette. ¿No has notado que tu voz es distinta a la que oyes cuando hablas?
- Pues no lo había pensado.
- Espera, que te voy a grabar. Venga, di algo...
[...]
¿Qué ves cuando me miras? ¿Qué oyes cuando te hablo? ¿Qué pasa por tu cabeza cuando alguien habla de mí?

Me esfuerzo cada día frente al espejo para conseguir ese aspecto que se acerque a lo que quiero que veas. Te hablo en un tono que pienso que es agradable.

Pero ¿qué hay de cierto en todo esto?

Frente al espejo caigo en la cuenta de que lo que veo es mi versión simétrica, que no es la que ves tú. Oigo cintas grabadas con mi voz y no me reconzco, o sí me reconozco pero me niego a mí mismo no tres, sino tres mil veces. Y en mi interior sé que no soy como intento hacerte ver.

Intento ser lo mejor para ti, que me miras desde el otro lado del espejo...

viernes, 8 de junio de 2007

Hola, y hasta siempre

Hace justo tres meses daba la bienvenida a Nacho, el hijo de Santi y Elena. Ayer le tocó el turno a María, la primogénita de otros dos grandes amigos: Raúl y Bea.

Y van llegando. Dentro de un par de meses será Marta, y más adelante... pues ya se verá. Es inevitable, no se detiene. Es la vida, que se va abriendo paso en el mundo y que nos devuelve a a la realidad de lo que de verdad importa.

Como se repetía varias veces en la película "El rey león", es el ciclo de la vida. Pero para que éste se dé, a la vez que unos llegan, otros deben retornar. Tan solo unas horas antes de naciera María, nos dejaba Juli, esposa de Juamna; madre de Juanma, Belén y Mar; y también, como prima de mi madre, parte de mi familia.

Lo mismo que sucede con los nacimientos, la muerte también sigue su camino o, si se quiere ver así, cumple su misión dentro de ese "ciclo sin fin". A veces no llega en el momento que más nos gustaría. Qué tontería, porque en ningún caso nos gusta que llegue. Pero es verdad que muchas veces decimos "¿por qué ahora?"

La vida y la muerte siguen, y no se detienen. Nosotros también tenemos que seguir adelante, con los brazos permanentemente abiertos para recibir a los que llegan y dejar marchar a los que despedimos con un "hasta siempre".