miércoles, 6 de septiembre de 2006

Con la música a cuestas


Ahora que septiembre ya ha tomado Madrid, los detalles ya no son tales, porque se manifiestan a gran escala y saltan a la vista sin pretenderlo.

El metro vuelve a estar abarrotado. Caras en muchos casos familiares. Y no porque las conozca, no. No tengo ni idea de su nombre, edad, nacionalidad, gustos, forma de ser... pero juego a imaginar que sí que lo sé. Debo de estar de buen humor, porque cualquier otro día llamaría prejuicios a lo que hoy me ha dado por considerar como un simple juego.

El caso es que cada cual trata de llevar lo mejor posible el viaje: unos se limitan a cerrar los ojos, intentando sumar unos pocos minutos a su cuenta de sueño, que a estas alturas de semana ya arroja un saldo negativo. Pero queda menos para el fin de semana.

Otros, supongo que más descansados, se refugian en cualquier tipo de lectura: da igual si es un libro -bestseller o no-, una revista -rosa o no- o el periódico -mayoritariamente gratuito-. Todas son buenas para pasar el rato, porque aunque no hayas cogido nada, siempre te queda el recurso de leer el periódico de la persona que está a tu lado. Bastante típico.

También están los que se dedican a no hacer absolutamente nada. Simplemente esperan a que llegue su parada, mientras avanzan absortos en sus pensamientos. Y últimamente empiezan a verse cada vez más jugadores de consola portátil, tipo PSP o Nintendo DS.

Todos ellos tendrán alguna mirada más detallada en este observatorio. Pero hoy es el turno de los que van con la música a cuestas. Lejos han quedado ya los walkman (confieso que yo tengo uno en el trabajo, que utilizo para escuchar la radio); tras la breve innovación que supuso el discman y su evolución, que incluía mp3, hoy es el turno de los sofisticados reproductores multimedia, de todos los tamaños, formas y colores.

Una de sus ventajas es que permiten formar parte de cualquiera de los otros grupos de viajeros que describía antes. Puedes leer, ir con los ojos cerrados, jugar como un poseso, perderte en tus pensamientos, o simplemente no hacer nada, a la vez que escuchas a un volumen más o menos recomendable para tus oídos tu selección favorita de música. Dos por el precio de uno.

En ocasiones he conseguido llevar mi reproductor de mp3 al volumen mínimo, aunque no suele ser lo normal, porque si no es el ruido del aire acondicionado, es la conversación del grupito que está junto a mí lo que me obliga a pulsar la tecla '+' hasta que mis canciones vuelven a aparecer. Problema resuelto.

Como en casi todo, lo del volumen va por gustos, aunque imagino que también existe un factor fisiológico. El caso es que muchas veces me encuentro en el metro con gente que muestra un afán desmedido por darnos a conocer al resto sus gustos musicales, aún a costa de dejarse los oídos en el intento. Pero hay alguien que supera todo esto; diría que está muy por encima de ese afán que muestran otros.

Es un hombre de unos treinta y tantos -calculo-, con el que me he cruzado en varias ocasiones en mi pasillo favorito del metro de Diego de León (sí, el del otro rincón del arte nuevo). Tiene un aspecto un tanto extraño, pero lo que de verdad llama la atención es la forma que tiene de llevar la música a cuestas: no utiliza como el resto unos auriculares conectados a un walkman, a un discman, o a un moderno reproductor de mp3. No. ¡Se trae el radiocasette entero!

Sí, no estoy bromeando. Es uno de esos transistores con froma rectangular, algo anteriores a los conocidos loros, tan de moda en los '80 y '90. Envuelto en una bolsa, supongo que para protegerlo, no tiene ningún reparo en llevarlo encendido mientras acompaña la melodía de turno con su propia voz.

Todas las veces que me he cruzado con él no he podido evitar que se me escapara una sonrisa, y al instante siempre me he preguntado lo mismo: "¿También lo llevará encendido dentro del vagón? Porque si es así, tiene que ser un puntazo"

Pues esta mañana he salido de dudas. No sé si es lo normal pero, al menos en este caso, las excentricidades tienen un límite. En el vagón llevaba su radiocasette, pero esta vez apagado y tapado por la revista que iba leyendo. Uno más uno, dos.

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