miércoles, 9 de mayo de 2007

Limpia y da esplendor

No, esta mirada no tiene que ver con el lenguaje y la Real Academia de la Lengua. De hecho, se trata de algo mucho más vulgar.

El sábado pasado, aprovechando la llegada del buen tiempo, con el aparente fin de las tormentas intermitentes, decidí que ya era hora de cumplir con uno de esos rituales tradicionalmente atribuidos al estereotipo de macho: limpiar el coche.

Por supuesto que no se trata de la primera vez que lo hago; bueno, en el caso del aspirador a monedas, sí. De hecho, recuerdo que al principio de tenerlo, lo limpiábamos con auténtica dedicación y nos quedaba como los chorros del oro. Luego decidimos probar los túneles de lavado, hasta llegar al método actual: lavado manual con pistola de agua a presión, que según nos han contado, es mejor para la pintura, en especial la metalizada.

Pero poco importa el hecho en sí de limpiar el coche; lo que me interesa realmente es el aspecto ritual que parece estar unido a él. Mirar por la ventana, ver el día estupendo que hace y decidir que ya es hora de sacarle brillo a ese tesoro, reflejo de lamayor o menor capacidad adquisitiva pero, al fin y al cabo, un bien preciado. Esto es sólo el comienzo.

Y ahí me veo, en esa especie de gigante establo donde alojar durante un rato según el caso, 70, 100, 150 caballos, bien apretaditos, por supuesto. Seguro que alguno habla con su coche como si de su caballo se tratara mientras lo limpia. Seguro...

Una moneda, y empieza el espectáculo: agua con champú, espuma por todos lados. "Ya pareces otro, cochecito mío. ¿Un poco de cera para que reluzcas? Sin duda, sin duda. Venga, otras dos monedas más, que aún nos queda el abrillantador... hay que ver, ¡estás hecho un pincel!"

Todavía chorreando (el coche, no yo), veo que algunos se esmeran en limpiar los tapacubos y las ruedas, y cambian la pistola de agua por el pulverizador de un exclusivo producto abrillantador que hará las delicias de los que vean pasar semejante deportivo de gama alta. Yo mientras tanto sigo de frente a por mi nuevo reto: limpieza interior con un aspirador que no hace demasiado honor a su nombre, aunque creo que bastará.

Me aplico con esmero, y veo a mis colegas de limpieza, tanto o más dedicados a su tarea. La experiencia es un grado, y se nota que adolezco de ella, cuando veo que casi todos sacan su pulverizador limpiacristales para rematar el tratamiento. "¡Mecachis! Ya sabía yo que me faltaba algo. Tengo que hacerme con el kit del perfecto limpiador de coche."

A falta de limpiacristales, me pongo a cambiar las escobillas de los limpias, porque los puntos que indican su desgaste van camino de adquirir un color por el que nunca deberían pasar. Después de romperme la cabeza, y de colocarlos un par de veces al revés, doy con la posición correcta. Misión cumplida, aunque con lo que va a llover de aquí al otoño...

Después de dar un repaso al interior con un trapo húmedo, el resultado es bastnate aparente. Ya sólo falta la guinda: el ambientador; marino, pone el envoltorio. "Vamos a ver qué tal... Pues parece que no huele demasiado". "Ya, ya" -piensa el circulillo gris y azul- . "Ya verás cuando vuelvas a subirte al coche; lo vas a flipar"

Más vale tarde que nunca, así que cuando llego a casa, me voy directo a por el limpiacristales, y vuelvo a terminar la faena, medio a oscuras (nunca limpiéis los cristales del coche dentro del garaje, a no ser que esté perfectamente iluminado) Porque no voy a ser menos que mis colegas.

Y todo mi orgullo se derrumba cuando veo que, en la distancia corta, el coche no está tan limpio como pensaba. Pero no me preocupo, creo que ya he cumplido con el rito del hombre limpiacoches. Limpio y doy esplendor.

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