martes, 30 de octubre de 2007

Días que empiezan de noche

Hace dos días cambiaron la hora sí, pero la semana pasada sucedía lo mismo que ocurrirá en apenas unos pocos días: mi día comienza de noche.

Entonces me levanto aún de noche, con los ojos tan cerrados que daría lo mismo la luz que hubiera, y al salir de casa sigue siendo de noche, aunque intente convencerme de que estoy comenzando un nuevo día. Mi cuerpo bosteza, se queja, se estira y se resiste a convencerse de esto ha comenzado, que hay que ponerse en marcha.

Pero esto no es lo peor. Queda la otra parte, cuando el día se acaba también de noche. Y mi cuerpo sigue luchando. En unas semanas miraré el reloj que marca poco más de las 5 de la tarde, y el sol ya no estará a la vista. La única luz será la de los fluorescentes alargados de la oficina, o la de las farolas, de los faros de coche o de los neones de las tiendas.

Y vuelvo a mirar el reloj pensando "no puede ser; es demasiado pronto para dormir". Pero oigo persianas que se bajan, y mis párpados reivindican su derecho a hacer como ellas.

Al final, la noche gana al día... pero no por mucho tiempo.

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