Días que empiezan de noche
Hace dos días cambiaron la hora sí, pero la semana pasada sucedía lo mismo que ocurrirá en apenas unos pocos días: mi día comienza de noche.
Entonces me levanto aún de noche, con los ojos tan cerrados que daría lo mismo la luz que hubiera, y al salir de casa sigue siendo de noche, aunque intente convencerme de que estoy comenzando un nuevo día. Mi cuerpo bosteza, se queja, se estira y se resiste a convencerse de esto ha comenzado, que hay que ponerse en marcha.
Pero esto no es lo peor. Queda la otra parte, cuando el día se acaba también de noche. Y mi cuerpo sigue luchando. En unas semanas miraré el reloj que marca poco más de las 5 de la tarde, y el sol ya no estará a la vista. La única luz será la de los fluorescentes alargados de la oficina, o la de las farolas, de los faros de coche o de los neones de las tiendas.
Y vuelvo a mirar el reloj pensando "no puede ser; es demasiado pronto para dormir". Pero oigo persianas que se bajan, y mis párpados reivindican su derecho a hacer como ellas.
Al final, la noche gana al día... pero no por mucho tiempo.
Entonces me levanto aún de noche, con los ojos tan cerrados que daría lo mismo la luz que hubiera, y al salir de casa sigue siendo de noche, aunque intente convencerme de que estoy comenzando un nuevo día. Mi cuerpo bosteza, se queja, se estira y se resiste a convencerse de esto ha comenzado, que hay que ponerse en marcha.
Pero esto no es lo peor. Queda la otra parte, cuando el día se acaba también de noche. Y mi cuerpo sigue luchando. En unas semanas miraré el reloj que marca poco más de las 5 de la tarde, y el sol ya no estará a la vista. La única luz será la de los fluorescentes alargados de la oficina, o la de las farolas, de los faros de coche o de los neones de las tiendas.
Y vuelvo a mirar el reloj pensando "no puede ser; es demasiado pronto para dormir". Pero oigo persianas que se bajan, y mis párpados reivindican su derecho a hacer como ellas.
Al final, la noche gana al día... pero no por mucho tiempo.
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