jueves, 14 de febrero de 2008

Aseos


Me vas a permitir -o perdonar- que hoy me tire por lo escatológico. Esto es un observatorio, y aquí cabe de todo, así que nada, a apechugar :-)

Si hablo sobre este tema es porque me resulta curioso que algo tan cotidiano como ir al aseo en el centro de trabajo arroje tanta información sobre los usos, costumbres y educación de la gente. Como es lógico y natural, me ceñiré al comportamiento masculino.

La primera distinción está en el sitio elegido para miccionar: el inodoro de toda la vida (también conocido como la taza, el trono, etc.) o esos sanitarios exclusivos de los aseos masculinos, situados a media altura en la pared.

Yo personalmente me inclino por los segundos, que están diseñados para eso, para miccionar. Otros prefieren los primeros. Cada uno da su juego, como verás a continuación.



Me centraré primero en los inodoros de pie. El asunto más controvertido con estos viene a la hora de apretar el botón que suelta el chorro de agua para limpiarlo. Yo siempre lo aprieto después, nunca antes, salvo que a la vista sea estrictamente necesario; lo hago por una cuestión de minimizar el gasto de agua. Pero he visto todas las combinaciones: los que lo aprietan después, los que lo hacen tanto antes como después, o los que directamente parece que no se percataran de la existencia y/o utilidad del citado pulsador. Por suerte, hay aseos con un sensor que descarga al usuario de tan difícil elección. El comportamiento que tenemos mientras miccionamos en este tipo de inodoros, sobre todo cuando hay más de una persona siempre ha nutrido a los humoristas: mirada a la pared, esperando, esperando... :-)

Con el otro tipo de inodoros sucede tres cuartos de lo mismo, así que no ahondaré más en el asunto, y me centraré para estos en lo que se refiere a la puerta y las tapas. Algunos dejan la puerta abierta, que se les vea (a estos no les entiendo: para eso que utilicen el otro tipo de inodoro). Los hay que la dejan entreabierta; también que cierran, pero sin pestillo, y por último los que cierran con pestillo y todo. Lo que sucede dentro sólo se adivina después. Me refiero a si han tirado o no de la cadena, si han levantado o no la tapa, y cómo andan de puntería.

El asunto de la defecación da mucho menos juego, pero aún así se pueden observar varias cosas: que para algunos la escobilla es un elemento decorativo; que a la mayoría nos da corte que nos oigan apretar; que a pesar de la ley antitabaco, algunos se empeñan en dejar en el aseo la prueba olorosa de que se han saltado la ley a la torera; y que cuando el cartel dice que el papel para secarse las manos no se deshace en el agua, eso significa que no hay que tirarlo al inodoro, porque luego se atasca...

Una vez visto esto, sólo me queda hacer referencia a la cuestión del lavado de manos. Igual que en los apartados anteriores, se puede ver de todo: los que, como yo, se las lavan después; los que, como Torrente, veneran su miembro viril y se las lavan antes. Que se las laven antes y después no sé si he visto alguno. Pero de los guarros que no se las lavan nunca, bastantes. Y lo peor de todo es que abren la puerta tranquilamente... (no seguiré por este jardín...)

Ya te decía yo que este tema da mucho juego, y eso que he intentado no profundizar mucho...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo soy de los que buscan trono y cierran la puerta (las salpicaduras de los demás no me hacen mucha gracia) y depués lavado de manos, of course.