lunes, 18 de junio de 2007

Forofos

En un país donde el fútbol es considerado el deporte rey, el pasado domingo casi no se hablaba de otra cosa. Final de liga, emoción a raudales, no se sabe qué va a pasar esta noche... El país en vilo.

Porque quien más, quien menos, es seguidor de algún equipo. Puede ser por tradición familiar, por ídolos de la infancia (mi caso), por cuestiones geográficas, lo que sea; el caso es que es bien cierto eso de que en la vida se puede cambiar de todo (pareja, ideas políticas o religiosas, etc) pero no de equipo de fútbol. Eso es imposible, sería más que una traición.

No soy fanático del fútbol, aunque lo sigo, y por supuesto, tengo mi equipo. Este domingo mi guerra, o mejor dicho, la de mi equipo no estaba en la lucha por el título sino, al contrario, por evitar el descenso. Pero no lo evitaron. Era una crónica anunciada, así que el año próximo seguiré las jornadas de segunda división. Lo llaman el infierno... no creo que sea para tanto.

Resulta comprensible la falta de interés que me despertaba la segunda parte de la jornada, la que decidía el título. Por eso, cuando entré en el salón de un chiringuito para tomar un algo (como suele decirse) no me importó lo más mínimo el que nos colocaran -a mis tres personas que me acompañaban y a mí- en la última mesa libre que, oh casualidad, era la única desde la que no se veía la tele.

De esta forma tuve frente a mí a casi medio centenar de personas con la vista fija en el mismo punto, como hipnotizados. Durante el rato que permanecimos allí (primer tiempo) estoy seguro de que presencié un espectáculo mucho más interesante y entretenido que el que les tocó vivir a todos ellos.

Se veía de todo: un hombre solitario ocupando mesa para cuatro, que aguardaba impaciente el comienzo mientras jugueteaba con el móvil; un grupo de amigos, de esos que lo son desde el colegio, unidos por la pasión por los colores y devorando no sólo nervios sino un bocadillo tras otro; familias al completo con desigual composición en lo que al interés por el partido se refiere... Muchos con la camiseta de su equipo a la vista, y todos con los colores de su equipo saliéndose por los ojos y la boca. Gente de todas las edades sufriendo con el primer gol en contra; sí, sufrimiento, desolación, o incluso desesperación era lo que mostraban a medida que se confirmaba el negro panorama.

Por una parte me alegré de no seguir allí en el segundo tiempo, que es cuando tuvo lugar la épica remontada, como calificaba al día siguiente uno de los diarios deportivos de la ciudad. Pero ahora, mientras escribo, pienso que no hubiera estado mal quedarse para ver la transformación casi milagrosa de todos esos rostros preocupados a medida que los goles iban llegando.

Afortunadamente, la liga se acabó. Disfrutemos del verano y de otros deportes, por favor.

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