lunes, 27 de noviembre de 2006

Puestos virtuales

Así es como los llaman en ese nuevo mini-mundo al que acudo de lunes a viernes. Se parecen a algunas bibliotecas o a los ahora tan de moda "call-centers"; decenas de mesas separadas del resto por paneles opacos.

Curioso eufemismo para recordarnos que estamos de paso; que no formamos parte de esta empresa cuyas oficinas nos acogen por unos días, semanas, meses; quién sabe. Lo que está claro es que debemos borrar de nuestra cabeza esa imagen de "puesto de trabajo" compuesto por una mesa, silla, cajonera, ordenador de sobremesa, bandejas y otros accesorios de papelería, además de todo aquello que cada cual elija para hacer más humano, agradable y llevadero el trabajo de cada día: una foto de la esposa o los niños, un muñeco de goma de esos que llaman antiestrés, una plantita...

Sí, tengo mesa y silla -bastante cómoda, por cierto-; también un soporte para el ordenador portátil, un teclado y un ratón para facilitar el trabajo, un cable de red que me permite conectar con internet pero no con mis compañeros de proyecto, y un teléfono que, en mi caso, no tiene línea; y aunque la tuviera tampoco me serviría de mucho, porque también es virtual, y necesitas una clave para poder realizar llamadas. Todo ello delimitado por tres tabiques virtuales de medio metro de altura, que me aislan si cabe un poco más de todo lo que me rodea; así es mi puesto virtual.

Como el que no se consuela es porque no quiere, cada día mis compañeros y yo ocupamos los mismos puestos virtuales; es ésta una forma de hacerlos nuestros, aunque sólo sea un poco. Pero es lo único que podemos permitirnos. Son contrastes que ensombrecen el día a día, aunque no me quejo: mi trabajo es muy real, y la máquina de cafés -con manzanilla y poleo- es gratis.

jueves, 9 de noviembre de 2006

De móviles

Venía yo esta tarde en el coche pensando en el teléfono móvil de mi madre. Una ocurrencia -o más bien carencia de otra idea mejor- que mi padre tuvo las pasadas navidades.

Esta mañana lo vi ahí, en un estante del mueble del salón, colocado sobre su funda-calcetín. No he evitado la tentación de cogerlo, y he visto que tenía el sonido desactivado. Imagino que en algún momento mi padre o alguno de mis hermanos le estableció esa opción para que no le sonara, por ejemplo, en medio de la misa.

El caso es que a raíz de esto me preguntaba por la verdadera utilidad que el móvil podía tener para mi madre. He tardado poco en obtener la misma conclusión que cuando mi padre me planteó que se lo iba a regalar; es decir, utilidad cero. No se lo he preguntado, pero dudo mucho que lo haya utilizado más veces que dedos puedo ver en mi mano...

Después de esto, esta tarde, mientras paseaba por el Carrefour de Pinar de Las Rozas, he visto que sobre un cajero automático había una cartera; digamos que abandonada. Realmente no era así, aunque casi. A un par de metros estaba un señor, lo suficientemente girado para perder de vista tanto el cajero como la cartera. Estaba demasiado ocupado haciendo no sé qué con dos teléfonos móviles. Imagino que consultaba en uno el número al que pretendía llamar desde el otro. Cuando ya ha conseguido su objetivo, ha comenzado a caminar en el mismo sentido que yo, que ya le había dejado atrás. Pero como este descuido me ha llamado tanto la atención, no he podido evitar girarme para ver qué era de aquella cartera. Al final, como imaginaba, el señor ni se había dado cuenta que se la había dejado, tan absorto como iba en su inminente conversación. Suerte que me he acercado, y al preguntarle ha caído en la cuenta...

Hace poco leía que algunos niños, no sé ni el porcentaje ni la edad exacta, sufrían ataques de ansiedad si se les quitaba el móvil. Y me lo creo. Una vez probé a esconderle momentáneamente a un adolescente su preciado Nokia, y sin llegar al extremo de un auténtico ataque de ansiedad, aquel chaval pasó un mal rato; hasta me pareció que en cierto modo se encontraba perdido.

Hoy en día el móvil no es un artículo de lujo, sino que forma parte de la vida de un porcentaje altísimo de la población, aunque algunos se resisten a caer en sus redes. Lo que está claro es que el lugar y la importancia que tiene en la vida de cada persona es bien distinto... Pero es así; estamos en la era de la ¿comunicación?

(ilustración sacada de www.merello.com)

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Comunidad

No es como la de la peli de Álex de la Iglesia, ni tampoco se parece a la de "Aquí no hay quien viva".
Mi comunidad será probablemente una más del montón; una de tantas. Hace un rato he venido de una reunión en la que después de dos horas al calor de la entrada de la urbanización lo único que hemos hecho ha sido votar si votábamos en esta reunión derrama sí o derrama no. Sé que suena un tanto surrealista eso de votar si votamos; pero es que mi comunidad es de lo más surrealista.

Como en tantas otras comunidades, los que forman la junta directiva no lo hacen por voluntad propia, sino obligados por el resultado de un sorteo ante la falta de candidatos. Aún así unos se lo toman con más interés que otros.

Luego están las administradoras; todo labia, pero al final na de na.

Los enteradillos, que saben de todo, se informan por aquí y por allá, y siempre tienen que dar su parecer, aunque no venga a cuento. Adosados a éstos están una serie de vecinos que se dejan arrastrar por la aparente seguridad que muestran estos ilustrados. Todo este grupo es el causante de que reuniones como la de hoy duren una eternidad.

Y por último estamos el común de los mortales, que asistimos con asombro a estas reuniones, sin otra intención que la de pasar cuanto antes de esta inevitable acumulación de despropósitos.

Todos al final, y por puro agotamiento, acabamos por entendernos no se sabe de qué forma. Y si no nos entendemos, ya haremos lo posible por buscar la manera de abandonar cuanto antes tan esperpéntica reunión.

Y digo yo: si poner de acuerdo a 70 vecinos resulta misión imposible ¿cómo pretendemos que el mundo se arregle algún día? Mi consejo: huye de las comunidades y vive en la república independiente de tu hogar. Visto lo visto, es la mejor forma de no perder el tiempo.

martes, 7 de noviembre de 2006

Novedades

Hoy he empezado el día con auténtica sensación de arrancar algo nuevo.
Nueva hora de levantarse, aunque ahora en otoño amanece tarde y no se nota tanta diferencia;
nueva hora de salir de casa y nueva forma de desplazarme;
el bus ha dejado paso al coche: eso sí que es novedad.
Nuevo lugar de trabajo y nuevo problema: encontrar sitio para aparcar.
Nuevas caras al entrar; las recepcionistas que en nada se parecen
a los vigilantes de seguridad que hasta ayer saludaba.
Nuevo edificio, nueva ubicación, nuevo entorno...
Nuevos compañeros, nuevo proyecto, nuevo trabajo...
Todo nuevo. Nuevas esperanzas, nueva ilusión...
¿Nuevo yo?

lunes, 6 de noviembre de 2006

Cambios

No echaré de menos los madrugones desagradecidos,
ni las prisas por llegar, ni los vagones que se marchan.
No echaré de menos los apretones, las escaleras mecánicas,
la falta de ducha o los malos olores.
Tampoco la indiferente falta de educación
con el anciano, el niño o la embarazada.
No echaré de menos los relojes
encajados en tornos que no tienen misericordia,
ni la luz mortecina de las escaleras,
ni las paredes que echan en falta a alguien
que les dé una mano de pintura.
Y tampoco echaré en falta el dejar pasar las horas
sabiendo que mueren y no han de volver...

Pero sí que echaré de menos la solidaridad del bostezo
y los gestos que me reconcilian con el mundo;
las flores que se adivinan entre tanta suciedad
y los paseos cuando el tiempo poco importa...
Echaré de menos el saludo al segurata,
el buen humor de Ángel en la cafetería,
el "¿estás muy liado?" de Marisa,
y también su sonrisa...
Echaré de menos el buen rollo de la cuarta,
los remilgos de Ana, y las charlas escaleras arriba.
Echaré de menos tanto y tanto que hoy se queda
a la sombra de los cambios.
A la sombra, que no olvidado...