sábado, 28 de octubre de 2006

República y celofán

El Corte Inglés de Preciados. Planta baja. Un día cualquiera por la tarde. En la zona donde se mezclan relojes, bisutería, joyas, recuerdos típicos de España o de Madrid, me crucé con un señor mayor. Más que en su rostro, el de un hombre cualquiera, me fijé en el detalle de que en su jersey, en el lado izquierdo del pecho llevaba una bandera republicana. Desde hace algún tiempo no nos extraña ver en muchos lugares ese símbolo que para algunos equivale a tiempos pasados y para otros representa deseos de futuro, pero lo más llamativo era que la bandera estaba fijada al jersey con papel de celo que, a falta de otro adhesivo mejor, bien le valía a este señor para manifestar su ideología. Poco sé de la república y los republicanos pero sé que a él bien poco le importaba la forma...
(imagen extraída de www.zonarepublicana.com)

Contrastes

Traigo hoy a este observatorio tres ejemplos de contrastes con los que te puedes encontrar con sólo mirar un poco. Los llamo de este modo aunque se trata más bien de un hecho curioso, una imagen paradójica y un anuncio publicitario fuera de lugar (siempre a mi juicio, por supuesto).


El primero venía este pasado jueves en las páginas del diario 20 minutos. Se refería a un caso que sucede entre un millón: dos mellizos hijos de un matrimonio entre una mujer de color y un hombre blanco. Hasta aquí nada excepcional; pero lo curioso del caso viene al observar la imagen de los hermanitos: uno es blanco y el otro de color. Imagino lo mucho que les costará en el futuro convencer a sus compañeros de colegio que verdaderamente son mellizos...

La imagen paradójica la encontré en otro periódico gratuito, Metro Directo, hace unas semanas.

(ver la edición en pdf del periódico de ese día)

Creo que sobran las explicaciones. Cuando vi la imagen lo primero que pensé fue “¿cómo sabrán que la persona que sostiene la cartilla de racionamiento es la misma que se muestra en la foto?” Supongo que los más de 700 años que separan el inicio del cristianismo y el islam tendrán algo que ver con tan anacrónica, opresiva e incomprensible prenda. No me consuela pensar que hace unos siglos la que ahora denominamos avanzada sociedad occidental cometía injusticias similares.

Por último, mientras iba leyendo esta mañana un número atrasado de la revista Sport Life (por si no la conoces, está especializada en deportes y vida sana), me encontraba –y no es la primera vez- un anuncio a toda página de una famosa marca de whisky. Y es que en ocasiones los negocios hacen extraños compañeros de viaje...

viernes, 27 de octubre de 2006

Un instante marca la diferencia

Parece que la lluvia nos va a dar un respiro este fin de semana. Estoy encantado con que llueva, pero el enclaustramiento forzoso y casi sin aviso de los últimos días bien se merece una tregua para salir a correr, a pasear, o para olvidar los interminables atascos de cada mañana; en definitiva, disfrutar en la medida de lo posible del mundo más allá de las cuatro paredes de mi casa o de la oficina.

Para hoy me había propuesto llegar al trabajo a primera hora, porque desgraciadamente aquí cada minuto cuenta. No sé por qué motivo tuvimos que inventarnos esa suerte de esposas que son las horas, los minutos, los segundos... porque hay cosas que no cuadran, como el hecho de que un minuto o unos pocos segundos marquen una notable diferencia en tu día (véase el ejemplo en la película Dos vidas en un instante). Me remito a los hechos. He aquí dos ejemplos:

- Día 1: Después del esfuerzo que supone levantarse, me enfrento a un nuevo reto: decidir qué ropa me pongo; y todo por no haberlo hecho la noche anterior. El caso es que ese momento de incertidumbre supone que salga de casa apenas un minuto o dos después de la hora a la que suelo hacerlo. Cuando diviso la parada a algo más de ciento cincuenta metros, el autobús, ése que se supone que debería coger, ya está dispuesto a seguir su camino sin mí. Así que me toca esperar a que llegue el siguiente, y no lo hace hasta pasados diez minutos. Para entonces todo el mundo se ha puesto de acuerdo para salir de casa, y la carretera se convierte en una procesión a cámara lenta de luces rojas. Uno o dos minutos que desembocan en otros diez, que culminan en treinta o treinta y cinco de retraso con carreras, nervios, apreturas, sudores...

- Día 2 (hoy, por ejemplo): Lo tengo mucho más claro, y apenas pierdo un instante en decidir qué me pongo. Mi barbita de día y medio puede aguantar unas horas más sobre mi cara –es viernes-, así que salgo de casa incluso antes de lo habitual. Misma escena: autobús que se detiene en la parada; momento valorativo y súbita decisión: correr. Son apenas sesenta, setenta metros; hay gente subiendo y me dará tiempo. Tiempo, tiempo, tiempo... Alcanzo mi objetivo, y a pesar de que el conductor está en prácticas, la hora que es, la ausencia de lluvia y la fluidez del tráfico hacen que afronte el resto del viaje de otra manera. El paseo hasta el metro es paseo y no carrera de marchador; me permito ir en un vagón distinto al habitual, sin la aglomeración de toda esa gente que al igual que yo conoce la puerta que te sitúa más cerca de la salida del andén. El trasbordo es pausado; puedo bajarme una estación antes y caminar por las calles sin ninguna prisa, viendo cómo me adelantan los que sí la llevan. Y aún esforzándome en tardar, llego a la oficina cinco minutos antes de la hora de entrada.

Horas, minutos, segundos que marcan diferencias. Por suerte este domingo por la noche me prestan esa hora que no sé si debería guardar en un cajón, porque ya se encargarán de reclamármela en marzo... tic-tac, tic-tac,tic.

viernes, 13 de octubre de 2006

Caminante privilegiado

Me encanta pasear por las calles de la ciudad; ésas que normalmente le obligan a uno a hacer un eslálom sorteando personas, abriéndose paso, contorsionando el cuerpo, y con la sensación de caminar contracorriente, como un conductor suicida por la autopista.

Disfruto paseando precisamente cuando no hay que hacer todo esto; cuando me cruzo con tan poca gente que casi me da tiempo a quedarme con sus caras.

Los días de vacaciones de julio, y sobre todo de agosto; los puentes a los que tantos se apuntan; las primeras horas de la mañana, cuando la ciudad despierta con legañas, pitidos desagradables, olor a churros, y ruido intermitente de coches que pasan. Es entonces cuando Madrid muestra una de sus muchas caras ocultas; privilegio que no me canso de contemplar.

(Foto extraída de la web www.flickr.com)

domingo, 8 de octubre de 2006

El monóculo

Creo que, salvo en películas o en alguna imagen fotográfica, jamás había visto hasta ahora a nadie que llevara un monóculo.


Sucedió esta pasada semana. Casi estaba llegando a la parada de autobús, de vuelta a casa, cuando salió de un portal él, con su monóculo. Me dio impresión de que era un joven que podría como mucho rondar los treinta (con mi tino para las edades, no es un dato muy fiable). No tuve apenas tiempo de fijarme, pero sí recuerdo su monóculo y la impresión general de que parecía un personaje sacado de una novela de principios del siglo pasado. Aspecto de gentleman, trajeado y con sombrero. Me pregunto si se trataba de un actor o si siempre viste así. No me resultaría tan extraño, la verdad. Recuerdo que hace unos años me dio por llevar encima un reloj de mi abuelo, de esos que llevan una cadenita y se guardan en el bolsillo.

No le he vuelto a ver. Pero su imagen, con una sola lente, se queda conmigo.

(imagen extraída de www.aderecos.com)

jueves, 5 de octubre de 2006

Redecorando mil vidas

Redecora tu vida.


Un sencillo eslogan de tres palabras con el que Ikea se introdujo en España hace ya unos cuantos años, aunque no tantos como parece. Y no sé cómo, pero han conseguido que mucha gente realmente asocie esta enorme tienda con palabras como cambio de vida, libertad, independencia, emancipación, aventura...

El martes estuve allí con Ana. Ya nos lo conocemos casi de memoria, como supongo que le sucede a las miles de personas que no cesan de acercarse hasta allí día tras día, dispuestas a redecorar en mayor o menor medida sus vidas con un montón de objetos que tienen nombres extraños y en algunos casos incluso impronunciables.

Más allá de las cosas que se pueden encontrar, y a pesar del agobio que a veces me provoca coincidir con tantos buscadores, mientras recorro la tienda me gusta parar un momento para fijarme en alguno de ellos, intentando imaginar su historia, por qué están allí probando un colchón, comparando fundas nórdicas, o midiendo armarios una y mil veces mientras se devanan los sesos para conseguir que el que les gusta encaje en su pequeño dormitorio.

No hay un cliente tipo en esta tienda. Se ve gente de distintas edades, condiciones y orígenes: jóvenes estudiantes que van a compartir piso, parejas de hecho o derecho que se mudan a su primer hogar en común, matrimonios más o menos recientes que necesitan más estantes para sus libros, o familias numerosas que buscan auténticos milagros para que todo lo que se acumula en casa esté perfectamente organizado, etc. Ilusión, discusiones, dudas... en definitiva, miles de historias, situaciones, necesidades, anhelos de redecorar vidas, porque cualquier momento es bueno para dar el siguiente paso en tu camino...