martes, 7 de septiembre de 2010

Con ayuda siempre es más fácil soltarse

Ayer salí a correr un rato por un caminito de tierra que hay a escasos metros de mi casa. Como el camino en cuestión no da mucho de sí pero es llano -que era lo que buscaba,- estuve yendo y viniendo por él durante 20 minutos, lo que me permitió cruzarme con unas cuantas personas, en algunos casos, varias veces.

La mayoría estaban paseando, o sacando a pasear a sus perros, y recorrían el camino como mucho una vez. Sin embargo, con quien más veces me crucé fue con un padre y su hija, que calculo que no tendría más de 7 u 8 años. La primera vez les vi colocando la cadena a la bici de ella; y a partir de la siguiente pasada ya me di cuenta de que el padre, a pie, estaba intentando ayudar a la hija a soltarse por fin con la bici. ¡Qué momento!

Lo digo de verdad; para mí es uno de esos recuerdos especiales que creo que muchos compartimos: esa sensación de inestabilidad mezclada con "lo estoy haciendo, estoy montando en bici yo solo" en el momento que nuestro padre, madre, hermano mayor o familiar correspondiente nos soltó el sillín y ya no hubo vuelta atrás . ¿Lo recuerdas?

Por esa razón, porque se trata de un momento especial, me dio un poco de pena la impresión que me transmitió el padre en un par de detalles que observé, o creí observar, cuando me cruzaba con ellos: primero, que la sujetaba fuertemente del brazo, como el policía trasladando al delincuente, lo que me dio idea de que ninguno de los dos se encontraba demasiado a gusto (él por tener que estar a última hora de la tarde yendo y viniendo con la hija, y ella por el mal rato que parecía estar pasando, incluído el dolor en el brazo que ya se le debía estar durmiendo); y después, que cuando se me ocurrió una de las veces animar a la chica con un "venga, que ya casi vas sola", la respuesta o más bien resoplido del padre echó por tierra toda mi buena intención.

Espero que esa niña pronto pueda ir sola en bici, y que todas las aventuras que viva montada en ella hagan que olvide el mal rato que ayer me pareció que pasaba.

Pero todo esto no es más que una visión muy personal y bastante sesgada; puede que el padre no apretara tanto el brazo, puede que la estuviera animando, puede que... no lo sé, pero lo que sí tengo claro es que hay momentos que nuestros hijos sólo van a vivir una vez, y que merece la pena el esfuerzo de conseguir que esos momentos se conviertan en recuerdos y no en pesadillas.


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