jueves, 11 de marzo de 2010

En la sala de espera

Por desgracia estos últimos días he tenido que pasar bastante tiempo en la sala de espera de la UCI de un hospital.

Como supongo que le sucederá a mucha gente, lo de ir a un hospital no es algo que me guste demasiado; si acaso, para conocer a algún recién nacido, único caso positivo desde mi punto de vista por el que estar hospitalizado.

No es este el caso, más tratándose de la UCI. Aún así, el hospital o el centro de salud son de esos sitios donde me siento un poco ciudadano del mundo, porque me encuentro con gente a la que ni conozco ni tengo la impresión de que tenga nada que ver conmigo, pero durante ese rato que compartimos la espera me siento conectado.

Con el paso de los días pasas de la indiferencia y educación inicial a la complicidad, el trato medio familiar, pero también al asombro, pues no tarda mucho en aflorar la forma de ser de cada uno. Me llamaba la atención una familia que más que en la sala de espera a veces parecía estar en el salón de su casa: sólo les faltaba la tele. La primera vez que le sonó el móvil a la madre, con una melodía de todo menos discreta -y a un volumen quizá demasiado alto-, su reacción fue algo así como de apuro por la situación. Pero parece que pronto se le pasó, y lejos de cambiar de melodía, bajar o incluso quitar el volumen, lo mantuvo durante todo el tiempo, como si la quisiera convertir en el himno oficial de la sala de espera. El comportamiento de otros miembros de la familia, jugando a la PSP sin quitar volumen por ejemplo, no desentonaba con el de la madre. Para mi forma de ver, cuando menos inapropiado.

No pretendo que sea un funeral. Cada uno estamos allí por causas distintas y con horizontes de futuro bien distintos (su familiar fue trasladado a planta al cabo de un par de días, y nosotros seguimos allí, lo mismo que otra familia que debe de llevar más o menos los mismos días que nosostros) pero al menos esos ratos de espera deberían ser ratos tranquilos y llenos de respeto.


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