Silencio
El lunes pasado, al volver del trabajo, se apoderó de mí un deseo, una idea, una necesidad urgente de silencio. No sé realmente el motivo; el caso es que lo necesitaba, y le abrí la puerta.
Llegué a casa y me sumergí en una atmósfera relajada, ausente de los sonidos habituales que me acompañan cada día, en especial el de la radio. Para mí es extraño pasar un rato largo en la cocina, en el baño, o en mi dormitorio sin tener algún transistor encendido. Muchas veces ni siquiera escucho lo que se dice, pero me siento a gusto y acompañado, sobre todo cuando en casa no hay nadie más que yo.
Así que olvidé la prisa; cené con calma, saboreando los alimentos como no recordaba haberlo hecho en muchísimo tiempo, y después incluso me dediqué a estudiar, desempolvando un libro que no había tocado en meses. Al final me fui a la cama y estuve leyendo un buen rato Chamán, de Noah Gordon, arropado por esa calma que me reconfortaba.
Muchas veces se habla de lo incómodo de los silencios. Creo que eso sólo sucede cuando el silencio está vacío; por suerte, no era ese mi caso.
Es contradictorio pensar que cuando más prisa nos damos es cuando menos cosas hacemos y menos las disfrutamos (vísteme despacio que tengo prisa, bien dice el refrán). Esa noche me dormí con la sensación de haber disfrutado cada minuto de esas últimas horas del día. Y todo ello, en silencio.
Llegué a casa y me sumergí en una atmósfera relajada, ausente de los sonidos habituales que me acompañan cada día, en especial el de la radio. Para mí es extraño pasar un rato largo en la cocina, en el baño, o en mi dormitorio sin tener algún transistor encendido. Muchas veces ni siquiera escucho lo que se dice, pero me siento a gusto y acompañado, sobre todo cuando en casa no hay nadie más que yo.
Así que olvidé la prisa; cené con calma, saboreando los alimentos como no recordaba haberlo hecho en muchísimo tiempo, y después incluso me dediqué a estudiar, desempolvando un libro que no había tocado en meses. Al final me fui a la cama y estuve leyendo un buen rato Chamán, de Noah Gordon, arropado por esa calma que me reconfortaba.
Muchas veces se habla de lo incómodo de los silencios. Creo que eso sólo sucede cuando el silencio está vacío; por suerte, no era ese mi caso.
Es contradictorio pensar que cuando más prisa nos damos es cuando menos cosas hacemos y menos las disfrutamos (vísteme despacio que tengo prisa, bien dice el refrán). Esa noche me dormí con la sensación de haber disfrutado cada minuto de esas últimas horas del día. Y todo ello, en silencio.