miércoles, 11 de enero de 2012

Y en unas décimas, todo cambia

Esta mañana estuve a punto de presenciar un atropello. De hecho, el atropello se produjo, pero debió suceder apenas un minuto antes de que yo pasara en el otro sentido con mi coche. Se me cruzó un perro suelto, y fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que sucedía en el carril del sentido contrario: una figura con abrigo rojo y una mochila tumbada en el suelo; gente acercándose para intentar ayudar; un coche parado con la luna rota por el impacto; su conductor unos metros delante, con la rodilla en el suelo y con un claro gesto de "Dios mío, ¿qué he hecho?".
No quiero ni puedo precipitarme, pero todo apunta a que la culpa no fue del conductor, pues el peatón parece que cruzó por un lugar indebido, quién sabe si por culpa del perro.
Ni que decir tiene que se me ha quedado mal cuerpo; había ya varias personas que estaban cerca y yo he pensado que poco o nada podía aportar, así que he seguido adelante, pero no podía evitar pensar en lo que había visto, y en los tristes protagonistas de la historia: el conductor y el peatón.
En ambos casos, está claro que la vida les ha cambiado en apenas unas décimas.
El peatón, si es que ha sobrevivido, puede que tenga que sufrir durante mucho tiempo, quién sabe si el resto de su vida, las secuelas del brutal impacto contra el coche.
El conductor, por su parte, aún en el caso de que se demuestre que no ha tenido culpa en el accidente, verá condicionada su vida por lo que pasó hoy.
Muchas veces nuestras decisiones nos marcan, y están ahí. Lo peor es cuando lo que nos marca viene de algo que no podemos decidir, y que como en este caso, sucede en apenas unas décimas.
Más que nunca, es en estos momentos cuando viene a la cabeza la tan manida frase de El club de los poetas muertos, "Carpe diem". Nunca sabes adónde va a conducirte tu próxima decisión o de dónde provendrá el hecho imprevisto que te cambie para siempre.